sábado, 30 de abril de 2011

¿EN QUÉ CREEN LOS QUE NO CREEN?

A simple vista, el título del libro: ¿EN QUÉ CREEN LOS QUE NO CREEN? (1996) constituye una interrogante que parece responderse a sí misma. Al leer su nombre en la portada podría contestarla –quizás de forma precipitada y prejuiciada- sin necesidad de abrir el libro: los que no creen, creen en nada. Punto.


Podría parecer ésta una posición demasiado dualista, pero una vez que se conoce el contenido del escrito, al contrario de lo asumido, hay quienes han concluido que se llevaron una decepción al “sentir” que no se responde a la pregunta. Yo sí creo que se responde a esa pregunta en el diálogo epistolar entre el filósofo italiano Umberto Eco (laico) y el cardenal, de igual nacionalidad, Carlo María Martini, aunque de manera parcial. Se dejan muchísimos cabos sueltos y el intercambio se enfocó básicamente al problema de la ética, coqueteando ligeramente con la problemática del aborto y la exclusión del sacerdocio hacia la mujer por parte de la Iglesia Católica. Sin embargo considero útil e interesante el libro en el que se conoce la opinión de un creyente y un no creyente respecto a los temas abordados en las ocho cartas que se enviaron mutuamente. Aún más llamativo es la inclusión de seis participantes más, los cuales  una vez acabado el intercambio entre Eco y Martini, fueron invitados a expresar sus opiniones respecto a las epístolas anteriores. Los comentarios de estos interlocutores constituyen un enriquecimiento genial a los temas, puesto que pertenecen a disciplinas distintas: dos filósofos, dos periodistas y dos políticos. Aunque la proporción de opiniones no guarda un equilibrio justo, debido a que el único creyente –oficialmente– es el cardenal Martini, todos los demás constituyen la contraparte laica. El libro cierra con una recapitulación por parte del cardenal, tratando de contestar –aunque lejos de convencer, a mi parecer- a algunos de los cuestionamientos y planteamientos hechos por los demás coautores y a la vez llevar a cabo la titánica labor de “concluir” algo.

Las cartas entre Eco y Martini se caracterizaron por un encomiable respeto mutuo en la forma de dirigirse al otro y al mismo tiempo, en la manera de contestarse o hacer aclaraciones respecto a inquietudes y dudas. En las primeras dos cartas perdí un poco el entusiasmo, porque la dinámica de la “conversación a distancia” se me hizo demasiado lenta y temerosa, escueta de riesgos. De hecho a veces percibí a Eco demasiado moderado. Lo cual afortunadamente en las siguientes epístolas cambió, aunque sin caer en el terreno de lo ofensivo, desde luego.

De esas cartas, lo que me sedujo más fue el problema del fundamento de la moral laica y de la cristiana. La posición del cardenal puede resumirse en la conocida frase del gran Dostoievski: “Si Dios no existe, todo está permitido”. Es decir, que no concibe otra forma de moral, sólida y confiable, que no sea aquella fundamentada en el ser Absoluto: Dios. Todo acto bueno solamente puede venir de ÉL y gracias a Él, ya que este ser trascendente constituye el Valor Absoluto de la Bondad, y así de los demás valores morales. Es un argumento fuerte –aunque muy maniqueista– para quien cree en Dios, y aparentemente el cardenal se llena de “estupor” al preguntarse ¿dónde encuentra el laico la luz del bien?, confesando –en una de sus cartas- que “sé que existen personas que, sin creer en un Dios personal, llegan a dar la vida para no abdicar de sus convicciones morales. Pero no consigo comprender qué tipo de justificación última dan a su proceder”. Por su parte, Eco contraataca afirmando que cuando los demás entran en escena, nace la ética. “Poseemos concepciones universales acerca de la constricción: no deseamos que nadie nos impida hablar, ver, escuchar, dormir, tragar o expeler, ir a donde queramos; sufrimos si alguien nos ataca o nos segrega, si nos golpea, hiere o mata, si nos somete a torturas físicas o psíquicas que disminuyan o anulen nuestra capacidad de pensar”, asevera el filósofo. Defiende la moral laica como una moral natural, que es básica y no por ello “débil” ni inferior a aquella cimentada en un ser divino, como pretende dar a entender el cardenal. Ya en otra ocasión comenté en este Blog (en la publicación de diciembre de 2010, llamada ¿SE PUEDE SER MORAL SIN SER RELIGIOSO?), sobre la empatía natural de los niños en sus primeros años de vida, quienes sin tener ninguna conciencia del catecismo cristiano ni de los diez mandamientos, se identifican con el estado de ánimo de las personas que les rodean, en especial, de otros niños, mostrando sentimientos como solidaridad, tristeza y alegría. Desde pequeños procuramos llevarnos bien con el otro. Y aún a una edad adulta, quienes no practicamos ninguna religión, no vamos por ahí, matando a diestra y siniestra, o robando todo lo que encontremos a nuestro paso ni mucho menos violando mujeres o sacrificando niños. No creer en Dios no significa convertirse en un “bárbaro” o un anarquista. Frente al dictum acerbum de Dostoievski, congenio más con la opinión de Savater –en su libro: Los Diez Mandamientos en el Siglo XXI– de que “los no religiosos pensamos de otra manera: Pese a que Dios no existe, hay muchas cosas que no pueden estar permitidas”. Por otra parte, te hago la siguiente pregunta: ¿Podríamos sobrevivir en una sociedad en la que no existan la ley ni el derecho civil, y solamente nos gobernemos por los principios divinos, confiando fehacientemente que como todos profesamos –de forma hipotética– “una misma religión” dejarán de existir los delitos e incumplimientos a la única ley (la de Dios) que nos rija? Según estadísticas de la Oficina Federal de Prisiones de Estados Unidos, publicadas en 1997, los cristianos representan un 75 % de la población de ese país, y a su vez representan el mismo porcentaje en las cárceles, en cambio los ateos representan un 10 % de la población en EEUU, y solamente un 0.2 % de la población de sus cárceles (ver el video insertado al final de mi publicación: “UNA LISTA NEGRA DE LA HUMANIDAD”, Noviembre de 2010).

Aquí otro dato estadístico, publicado en 2009, donde se afirma que los estados más cristianos de EEUU son los mayores consumidores de pornografía online, según una investigación realizada por la Escuela de Negocios de Harvard (este es el link: ESTADOS MÁS CRISTIANOS: LOS MAYORES CONSUMIDORES DE PORNOGRAFÍA ONLINE).

Por otra parte, el paleontólogo Gregory Paul, llevó a cabo durante años una investigación que indignó a muchas comunidades religiosas cuando finalmente la publicó. El científico quería averiguar si una sociedad sin religión es una sociedad sin moral y si una sociedad con religión es mejor. El resultado para cualquier creyente puede ser obvio, pero apuesto a que se quedaron atónitos o se encolerizaron cuando conocieron las conclusiones del estudio. La investigación mostró fuertes correlaciones positivas entre las naciones con creencias religiosas y los altos niveles de asesinatos, embarazos adolescentes, abuso de drogas y otros indicadores de disfuncionalidad. Aunque el estudio presenta correlaciones, y no causalidades –lo cual significa que la religión no es causa, ni responsable, de la criminalidad-, sí indica que la religión no sirve para detener la delincuencia ni para mejorar las condiciones de vida de una sociedad. Puede que el problema parta de que para el creyente Dios perdona si el individuo se arrepiente. Para muchos creyentes Dios puede perdonar todos los pecados, por más atroces que sean, e incluso habrá quienes le “piden perdón” antes de cometer un crimen. Por lo tanto, irónicamente, creer en Dios se vuelve una manera fácil de violar las normas morales y tranquilizar la conciencia (aquí el link: UNA SOCIEDAD CON RELIGIÓN ES MEJOR QUE UNA SIN...?).

Retomando una vez más la famosa frase de Dostoievski: “Si Dios no existe, todo está permitido”, me gustaría agregar que –a pesar de ser uno de los principales argumentos al que recurren los defensores del teísmo– no deja de ser una falacia Ad consecuentiam, la cual se da cuando se considera una premisa como errónea (tomar como un error la afirmación que Dios no existe) sólo porque las consecuencias indirectas reales o intuidas de la misma serían negativas o inaceptables (todo está permitido). El efecto o consecuencia no tiene que compartir necesariamente la misma naturaleza de la causa. La suposición de que Dios exista, considerando que esto fuese algo bueno, no quiere decir –ni garantiza– que este “hecho” provocaría una sociedad moral que viviera en paz y armonía (efecto positivo, de la misma naturaleza que la causa). En otras palabras, la falacia viene a decir esto es falso porque conlleva consecuencias desagradables. O sea, es falso que Dios no exista, porque de ser cierto, conllevaría consecuencias negativas, como la permisión de todo, ¡la degeneración total! Si Dios existiera no significaría que los hombres harían el bien todo el tiempo. De igual manera, si Dios no existiera, no significaría que los hombres se inclinarían de forma absoluta al mal. Lo cual se comprueba en los países desarrollados con porcentajes importantes de ateos, en los cuales los índices de criminalidad son considerablemente menores a los que tienen los países más religiosos, como Estados Unidos y Brasil.

Pero volviendo al libro en cuestión, encontré en la intervención del filósofo Sgalambro, una sentencia muy dura y cruel hacia la naturaleza de Dios y su relación con el bien. “Un acto de bien contiene la más absoluta negación de Dios”, afirma el italiano. Me desconcertó, lo confieso. Leí varias veces el renglón para estar seguro que no estaba desvariando. Lo más cercano a eso, que había leído con anterioridad, es el título del libro “Dios no es bueno”, del periodista británico Christopher Hitchens, publicado en 2007. “Al elegir al hombre como prójimo, como hermano, se contesta al Absoluto que nos arroja juntos a la muerte. Porque para nosotros, los mortales, desear el bien de uno  es desear que no muera. Elegir a un hombre como prójimo es elegirlo para la vida. ¿Cómo puede fundarse este acto, por lo tanto, en un Dios que nos llama a su lado?”. Sin palabras.

En fin, vale la pena el libro para aquel que se considera de mente abierta y desea conocer diversos puntos de vista que no sean los ortodoxos. O bien, para quien haya encontrado hastío en el “opio del pueblo”.

3 comentarios:

Iván López, alías Pepe Grillo dijo...

Hola. Quise seguir tu blog, pero no encontré la forma. Me pide que haga adminsitrador o algo así, y sólo deseo leerlo. ¿Cómo le hago?

Win dijo...

PASOS PARA VOLVERSE UN "SEGUIDOR" DE UN BLOG:

1) CLICK EN EL ÍCONO "SEGUIR".

2) SE ABRE UNA VENTANILLA EMERGENTE QUE SE TITULA: "SEGUIR (EL NOMBRE DEL BLOG A SEGUIR), EN ESTE CASO DIRÍA "SEGUIR CAFÉ PLOMBIER". EN DICHA VENTANILLA DICE: ACCEDER UTILIZANDO UNA CUENTA QUE YA CREASTE, POR EJEMPLO
UNA CUENTA DE GOOGLE, TWITTER, YAHOO, ETC.

3) EN CUALQUIERA DE ESTOS SITIOS EN LOS QUE TENGAS CUENTA, AL DAR CLICK SOBRE SU RESPECTIVO ICONO, TE LLEVARÁ A
DICHO SITIO, PIDIÉNDOTE TU NOMBRE DE USUARIO Y CLAVE DE ESA CUENTA. AL DARLE LOS DATOS, POR EJEMPLO EN YAHOO APARECE EL SIGUIENTE MENSAJE: Haz clic en "Aceptar" para iniciar sesión en www.google.com mediante tu nombre
de usuario de Yahoo! y para permitir que se comparta la información de Yahoo!.

4) LE DAS ACEPTAR AL MENSAJE ANTERIOR.ENTONCES SE ABRE NUEVAMENTE UNA VENTANILLA EMERGENTE EN LA QUE APARECE TU
NOMBRE (O ALIAS), FOTO (LA CUAL PUEDE EDITARSE Y CARGAR LA QUE DESEES, O SIMPLEMENTE DEJARLO SIN FOTO) Y A LA
DERECHA DE ESA MISMA VENTANILLA TE PREGUNTA POR DOS OPCIONES:SEGUIR DE FORMA PÚBLICA O PRIVADA. SELECCIONAS
LA QUE DESEES, Y LE DAS CLICK AL ÍCONO QUE DICE: "SEGUIR ESTE BLOG".

5) Y ESE FUE EL ÚLTIMO PASO, AL DAR ESTE ÚLTIMO CLICK TE ABRE OTRA VENTANILLA EMERGENTE QUE DICE:"EN HORABUENA,
FULANITO, AHORA SIGUES CAFÉ PLOMBIER (NOMBRE DEL BLOG). PARA CERRAR ESA VENTANA DAS CLICK EN EL ÍCONO QUE DICE
"HECHO" Y SE CIERRA, ACABANDO ASÍ EL PROCEDIMIENTO PARA SEGUIR CUALQUIER BLOG.

EN RESUMEN, ESA ES LA MANERA DE CONVERTIRSE EN SEGUIDOR DE UN BLOG, SIN NECESIDAD DE FORMAR PARTE DE SUS ADMINISTRADORES.

ESPERO TE SEA DE UTILIDAD, SALUDOS!!!

Iván López, alías Pepe Grillo dijo...

Bienvenidos a la weBurocracia :(