domingo, 28 de abril de 2013

¿QUÉ LE DIRÁ A SU HIJO CUANDO LE PREGUNTE SOBRE DIOS?


¿Dónde está Dios, papá?  ¿Quién creó el mundo? ¿Qué es el alma? ¿Existe el cielo? ¿Y el infierno?  ¿Qué es rezar? ¿Se puede ser bueno sin creer en dioses? ¿Se puede ser feliz sin creer en dioses?

Son algunas de las preguntas –entre otras más no menos interesantes- que algún día nos harán nuestros hijos acerca de Dios y todo lo que tiene que ver con la religión. El economista y escritor Clemente García Novella se tomó la tarea de responderlas desde el enfoque del librepensamiento, ajeno al compromiso con cualquier religión, en su obra llamada ¿DÓNDE ESTÁ DIOS, PAPÁ?, publicada a finales de 2012.


Fuera de las experiencias similares que comparto con el autor, como el haber estudiado en un colegio católico en mi infancia, considero muy acertadas las respuestas que dio a las preguntas más importantes que todo niño (a) tarde o temprano acabará haciéndole a sus padres acerca de Dios o los dioses. Aparte de su forma sencilla y amena de exponer sus ideas y experiencias personales, es admirable la forma en que se enfrenta a las preguntas y las responde con el más cuidadoso respeto posible, dando una muestra loable de tolerancia y presentándose como un partidario de un ateísmo que yo consideraría moderado en su expresión, sin ofender a los creyentes pero sí, explicando las razones de su humanismo de una manera contundente y firme, sin titubeos.

En sus palabras cito: “Los niños nacen ateos; son los adultos los que les enseñan a creer en dioses e imprimen en sus cerebros las creencias religiosas que ellos, a su vez, recibieron de sus mayores”. Me parece una afirmación muy certera, sobre todo cuando nos referimos a sociedades hispanoamericanas, a la cual pertenezco; ya que unos padres bautizados dentro del catolicismo, sean muy devotos o no, les transmiten sus mismas creencias religiosas a sus hijos, sin presentarles un universo de creencias alternativas a las cuales poder elegir cuando alcancen suficiente madurez intelectual, o mejor aún, para que decidan no elegir ninguna, optando por el ateísmo. Novella defiende el derecho que deberían tener todos los niños, no únicamente católicos, sino de cualquier país del mundo, a instruirse en los diferentes credos y tener la oportunidad de quedarse o no con alguno, pero bajo una decisión informada y consciente, lo que me parece muy justo.

También le concedo el peso de la razón cuando asevera que         “…la intolerancia se cura viajando”. No cabe duda que el viajar y conocer otros pueblos, otras sociedades, otras creencias, amplía y enriquece nuestra visión limitada y “de burbuja” del mundo en el que vivimos, ya que generalmente la gente desprecia con tanta arrogancia las creencias de otras sociedades que concibe como inferiores y falsas a las de éstos, ignorando que lo mismo pensarían los extranjeros de sus creencias.

Y cómo no admitir la veracidad de que “en realidad la fe no da respuestas, sólo detiene las preguntas”. Imagine que Aristarco, Copérnico y Galileo se hubiesen conformado con que la idea de que la Tierra es el centro del universo -ya que el buen Dios lo creó todo para beneficio del hombre-, seguramente no tendríamos ni la más mínima noción de nuestro lugar en el universo y mucho menos se le hubiese ocurrido a la humanidad emprender la exploración espacial. Seguramente aún no se hubiese pisado ni siquiera la Luna. Seríamos muy ignorantes si todos los grandes científicos de la historia se hubiesen resignado con las explicaciones religiosas y mitológicas del mundo y sus seres vivos.

“No puedo creer en un dios que quiere ser adorado constantemente”, es la frase que citó de Nietzsche. Es algo que imagino que raras veces se pregunta un devoto ¿por qué mi amadísimo Dios, a quien trato de obedecer fiel y cabalmente, necesita, me ordena, me invita (en muchísimos versículos de la Biblia) a que lo adore todo el tiempo? ¿Por qué quiere que su criatura lo esté alabando constantemente, como tanto les fascina también a los dictadores y tiranos que ha conocido el mundo? Ese deseo es demasiado humano como para provenir de un ser divino y perfecto, ¿o no? ¿Nunca se lo ha preguntado? Tan pequeño es el ego y autoestima de ese Dios (o los dioses de cualquier religión) como para requerir de la adulación Ad infinitum por parte de los mortales?


Por otra parte, me encantó su respuesta a la interrogante “¿Por qué la gente sigue creyendo en dioses?” A la cual responde “porque los mayores siguen enseñando a los niños a creer en ellos”. Sencilla, directa y objetiva.

Entre los grandes pensadores y escritores contemporáneos también “desfila” en su obra, el periodista, recientemente fallecido, Christopher Hitchens, de quien recogió esta frase no menos brillante: “Lo que puede afirmarse sin pruebas, también ha de poder descartarse sin pruebas”. Ya que constantemente los creyentes reclaman las pruebas que tenemos los ateos para negar la existencia de Dios (es), tratando de esquivar cobardemente el hecho de que quien debe probar la existencia de un ser tan fantástico como Dios, debe ser aquel que cree en Él, con el que tiene comunicación directa (a través de la oración) o indirecta (con el clero), la frase del inglés se antoja exquisitamente pertinente al respecto.

Igual de inobjetable son las palabras de Novella cuando escribe “Sin curiosidad no habría nuevos conocimientos. Si no fuera por este tipo de personas, por los curiosos, por los desobedientes a las supersticiones, aún seguiríamos creyendo que enfermedades como la esquizofrenia o la demencia se debe a la posesión demoníaca”. Pienso en todos esos enfermos infelices a los que se les interrumpió todo tratamiento médico por instrucción de algún sacerdote, chamán, curandero o brujo que aseguró que “su mal” no era ninguna enfermedad, si no una posesión satánica, y que para su cura la medicina no tenía ninguna palabra. Y ya ni hablar de todas “las brujas” quemadas en la oscura Edad Media.

El autor resume en tres los grandes pilares que sostienen a las religiones: la existencia de Dios, la existencia del alma y el libre albedrío. Aunque sean indemostrables los dos primeros, las personas no han dejado de creer en ellos porque “queremos creer lo que nos resulta agradable y no queremos aceptar lo que nos aterroriza. No queremos desaparecer en la nada. Queremos seguir vivos”, afirma, y que nuestros seres queridos sigan vivos cuando mueran, concretando la ilusión con el hecho hipotético de encontrarlos nuevamente algún día en algún tipo de paraíso celestial. Son razones –ilusiones– muy poderosas para cualquier ser humano, sin duda. Pero entre los tres pilares, los dos primeros que he citado, considero, a nivel muy personal, que son los que requieren mayor fe por parte de los creyentes, puesto que en cuanto al último pilar, el libre albedrío, parece el más real, obvio y fácil de aceptar respecto a los demás. Estamos muy acostumbrados a la idea de que podemos ejercer nuestra voluntad a nuestro gusto. Somos libres. Incluso el mismo Sartre afirmaba que “estamos condenados a la libertad”. Movemos un brazo cuando queremos. Elegimos entre asistir o no a un evento. Optamos por leer uno u otro libro. Seleccionamos algún platillo en particular en el menú de un restaurante, etc. Y esta sensación de libertad ha sido cómplice de la religión desde antaño, pero ¿por qué? Bueno, según Novella, “para que Dios sea un dios de bondad, no culpable de la crueldad y de los males del mundo, entonces el hombre ha de ser libre”. Tiene sentido, ya que si el hombre no tuviera la capacidad de elegir, se infiere –habría que profundizar un poco más en esto para saber si realmente es así- que no sería responsable de sus actos, y por ende, no tendrían sentido ni el cielo ni el infierno, ya que no sería lógico castigar o premiar a un ser que en realidad no es responsable de sus obras. Llegado a este punto, el autor confiesa que el para él la idea del libre albedrío es una ilusión humana, asevera “…que el determinismo está en lo cierto: no somos libres de pensar y de actuar como lo hacemos. Estamos determinados”. Según explica brevemente, este determinismo puede ser cultural, social, familiar, educativo, psicológico, biológico, genético, etc. Por lo poco que he leído al respecto, esto se debe a que ciertos mecanismos, algunos más claros que otros, dentro del entorno en el que nacemos y vivimos, e incluso a causa de nuestra propia  biología constitutiva, nos determinan a actuar de cierta manera, como si fuésemos un inmenso y complicado sistema algorítmico, para el cual cada decisión nuestra podría ser predecible (conociendo todas sus variables), ya que realmente las decisiones que tomamos son el resultado, no de nuestra libertad, si no de una ponderación que se lleva a cabo en forma inconsciente de la mejor opción que disponemos. Sé que no es fácil de digerir para quienes nos hemos considerado aparentemente “libres” toda la vida. Algunos aspectos de estos planteamientos son sencillos de intuir, como por ejemplo, el hecho de que la inmensa mayoría de los niños latinoamericanos se sumarán a la religión Católica, ya que están determinados de forma geográfica, cultural y familiar a “decidirlo” así. Si al contrario, hubiesen nacido en un país árabe, casi es seguro que adoptarían la religión Islámica. En otros aspectos de la vida cotidiana esta teoría del determinismo no se vislumbra tan sencilla de entender, habría que profundizar más en el asunto si se desea correr el riesgo de acabar sabiendo que no somos libres, que la libertad como la entendemos la mayoría, es una ilusión.
En fin, es una obra que vale la pena leer y que recomiendo ampliamente, como un amigo lo hizo conmigo. Finalizo presentándoles la declaración-invitación que hace el autor al inicio de su libro:

“En matemáticas, en geología, en química, en literatura…podrán encontrar conocimiento, saber, certeza. En cuestión de dioses, sólo opiniones. Aquí van las mías.”