sábado, 30 de abril de 2011

¿EN QUÉ CREEN LOS QUE NO CREEN?

A simple vista, el título del libro: ¿EN QUÉ CREEN LOS QUE NO CREEN? (1996) constituye una interrogante que parece responderse a sí misma. Al leer su nombre en la portada podría contestarla –quizás de forma precipitada y prejuiciada- sin necesidad de abrir el libro: los que no creen, creen en nada. Punto.


Podría parecer ésta una posición demasiado dualista, pero una vez que se conoce el contenido del escrito, al contrario de lo asumido, hay quienes han concluido que se llevaron una decepción al “sentir” que no se responde a la pregunta. Yo sí creo que se responde a esa pregunta en el diálogo epistolar entre el filósofo italiano Umberto Eco (laico) y el cardenal, de igual nacionalidad, Carlo María Martini, aunque de manera parcial. Se dejan muchísimos cabos sueltos y el intercambio se enfocó básicamente al problema de la ética, coqueteando ligeramente con la problemática del aborto y la exclusión del sacerdocio hacia la mujer por parte de la Iglesia Católica. Sin embargo considero útil e interesante el libro en el que se conoce la opinión de un creyente y un no creyente respecto a los temas abordados en las ocho cartas que se enviaron mutuamente. Aún más llamativo es la inclusión de seis participantes más, los cuales  una vez acabado el intercambio entre Eco y Martini, fueron invitados a expresar sus opiniones respecto a las epístolas anteriores. Los comentarios de estos interlocutores constituyen un enriquecimiento genial a los temas, puesto que pertenecen a disciplinas distintas: dos filósofos, dos periodistas y dos políticos. Aunque la proporción de opiniones no guarda un equilibrio justo, debido a que el único creyente –oficialmente– es el cardenal Martini, todos los demás constituyen la contraparte laica. El libro cierra con una recapitulación por parte del cardenal, tratando de contestar –aunque lejos de convencer, a mi parecer- a algunos de los cuestionamientos y planteamientos hechos por los demás coautores y a la vez llevar a cabo la titánica labor de “concluir” algo.

Las cartas entre Eco y Martini se caracterizaron por un encomiable respeto mutuo en la forma de dirigirse al otro y al mismo tiempo, en la manera de contestarse o hacer aclaraciones respecto a inquietudes y dudas. En las primeras dos cartas perdí un poco el entusiasmo, porque la dinámica de la “conversación a distancia” se me hizo demasiado lenta y temerosa, escueta de riesgos. De hecho a veces percibí a Eco demasiado moderado. Lo cual afortunadamente en las siguientes epístolas cambió, aunque sin caer en el terreno de lo ofensivo, desde luego.

De esas cartas, lo que me sedujo más fue el problema del fundamento de la moral laica y de la cristiana. La posición del cardenal puede resumirse en la conocida frase del gran Dostoievski: “Si Dios no existe, todo está permitido”. Es decir, que no concibe otra forma de moral, sólida y confiable, que no sea aquella fundamentada en el ser Absoluto: Dios. Todo acto bueno solamente puede venir de ÉL y gracias a Él, ya que este ser trascendente constituye el Valor Absoluto de la Bondad, y así de los demás valores morales. Es un argumento fuerte –aunque muy maniqueista– para quien cree en Dios, y aparentemente el cardenal se llena de “estupor” al preguntarse ¿dónde encuentra el laico la luz del bien?, confesando –en una de sus cartas- que “sé que existen personas que, sin creer en un Dios personal, llegan a dar la vida para no abdicar de sus convicciones morales. Pero no consigo comprender qué tipo de justificación última dan a su proceder”. Por su parte, Eco contraataca afirmando que cuando los demás entran en escena, nace la ética. “Poseemos concepciones universales acerca de la constricción: no deseamos que nadie nos impida hablar, ver, escuchar, dormir, tragar o expeler, ir a donde queramos; sufrimos si alguien nos ataca o nos segrega, si nos golpea, hiere o mata, si nos somete a torturas físicas o psíquicas que disminuyan o anulen nuestra capacidad de pensar”, asevera el filósofo. Defiende la moral laica como una moral natural, que es básica y no por ello “débil” ni inferior a aquella cimentada en un ser divino, como pretende dar a entender el cardenal. Ya en otra ocasión comenté en este Blog (en la publicación de diciembre de 2010, llamada ¿SE PUEDE SER MORAL SIN SER RELIGIOSO?), sobre la empatía natural de los niños en sus primeros años de vida, quienes sin tener ninguna conciencia del catecismo cristiano ni de los diez mandamientos, se identifican con el estado de ánimo de las personas que les rodean, en especial, de otros niños, mostrando sentimientos como solidaridad, tristeza y alegría. Desde pequeños procuramos llevarnos bien con el otro. Y aún a una edad adulta, quienes no practicamos ninguna religión, no vamos por ahí, matando a diestra y siniestra, o robando todo lo que encontremos a nuestro paso ni mucho menos violando mujeres o sacrificando niños. No creer en Dios no significa convertirse en un “bárbaro” o un anarquista. Frente al dictum acerbum de Dostoievski, congenio más con la opinión de Savater –en su libro: Los Diez Mandamientos en el Siglo XXI– de que “los no religiosos pensamos de otra manera: Pese a que Dios no existe, hay muchas cosas que no pueden estar permitidas”. Por otra parte, te hago la siguiente pregunta: ¿Podríamos sobrevivir en una sociedad en la que no existan la ley ni el derecho civil, y solamente nos gobernemos por los principios divinos, confiando fehacientemente que como todos profesamos –de forma hipotética– “una misma religión” dejarán de existir los delitos e incumplimientos a la única ley (la de Dios) que nos rija? Según estadísticas de la Oficina Federal de Prisiones de Estados Unidos, publicadas en 1997, los cristianos representan un 75 % de la población de ese país, y a su vez representan el mismo porcentaje en las cárceles, en cambio los ateos representan un 10 % de la población en EEUU, y solamente un 0.2 % de la población de sus cárceles (ver el video insertado al final de mi publicación: “UNA LISTA NEGRA DE LA HUMANIDAD”, Noviembre de 2010).

Aquí otro dato estadístico, publicado en 2009, donde se afirma que los estados más cristianos de EEUU son los mayores consumidores de pornografía online, según una investigación realizada por la Escuela de Negocios de Harvard (este es el link: ESTADOS MÁS CRISTIANOS: LOS MAYORES CONSUMIDORES DE PORNOGRAFÍA ONLINE).

Por otra parte, el paleontólogo Gregory Paul, llevó a cabo durante años una investigación que indignó a muchas comunidades religiosas cuando finalmente la publicó. El científico quería averiguar si una sociedad sin religión es una sociedad sin moral y si una sociedad con religión es mejor. El resultado para cualquier creyente puede ser obvio, pero apuesto a que se quedaron atónitos o se encolerizaron cuando conocieron las conclusiones del estudio. La investigación mostró fuertes correlaciones positivas entre las naciones con creencias religiosas y los altos niveles de asesinatos, embarazos adolescentes, abuso de drogas y otros indicadores de disfuncionalidad. Aunque el estudio presenta correlaciones, y no causalidades –lo cual significa que la religión no es causa, ni responsable, de la criminalidad-, sí indica que la religión no sirve para detener la delincuencia ni para mejorar las condiciones de vida de una sociedad. Puede que el problema parta de que para el creyente Dios perdona si el individuo se arrepiente. Para muchos creyentes Dios puede perdonar todos los pecados, por más atroces que sean, e incluso habrá quienes le “piden perdón” antes de cometer un crimen. Por lo tanto, irónicamente, creer en Dios se vuelve una manera fácil de violar las normas morales y tranquilizar la conciencia (aquí el link: UNA SOCIEDAD CON RELIGIÓN ES MEJOR QUE UNA SIN...?).

Retomando una vez más la famosa frase de Dostoievski: “Si Dios no existe, todo está permitido”, me gustaría agregar que –a pesar de ser uno de los principales argumentos al que recurren los defensores del teísmo– no deja de ser una falacia Ad consecuentiam, la cual se da cuando se considera una premisa como errónea (tomar como un error la afirmación que Dios no existe) sólo porque las consecuencias indirectas reales o intuidas de la misma serían negativas o inaceptables (todo está permitido). El efecto o consecuencia no tiene que compartir necesariamente la misma naturaleza de la causa. La suposición de que Dios exista, considerando que esto fuese algo bueno, no quiere decir –ni garantiza– que este “hecho” provocaría una sociedad moral que viviera en paz y armonía (efecto positivo, de la misma naturaleza que la causa). En otras palabras, la falacia viene a decir esto es falso porque conlleva consecuencias desagradables. O sea, es falso que Dios no exista, porque de ser cierto, conllevaría consecuencias negativas, como la permisión de todo, ¡la degeneración total! Si Dios existiera no significaría que los hombres harían el bien todo el tiempo. De igual manera, si Dios no existiera, no significaría que los hombres se inclinarían de forma absoluta al mal. Lo cual se comprueba en los países desarrollados con porcentajes importantes de ateos, en los cuales los índices de criminalidad son considerablemente menores a los que tienen los países más religiosos, como Estados Unidos y Brasil.

Pero volviendo al libro en cuestión, encontré en la intervención del filósofo Sgalambro, una sentencia muy dura y cruel hacia la naturaleza de Dios y su relación con el bien. “Un acto de bien contiene la más absoluta negación de Dios”, afirma el italiano. Me desconcertó, lo confieso. Leí varias veces el renglón para estar seguro que no estaba desvariando. Lo más cercano a eso, que había leído con anterioridad, es el título del libro “Dios no es bueno”, del periodista británico Christopher Hitchens, publicado en 2007. “Al elegir al hombre como prójimo, como hermano, se contesta al Absoluto que nos arroja juntos a la muerte. Porque para nosotros, los mortales, desear el bien de uno  es desear que no muera. Elegir a un hombre como prójimo es elegirlo para la vida. ¿Cómo puede fundarse este acto, por lo tanto, en un Dios que nos llama a su lado?”. Sin palabras.

En fin, vale la pena el libro para aquel que se considera de mente abierta y desea conocer diversos puntos de vista que no sean los ortodoxos. O bien, para quien haya encontrado hastío en el “opio del pueblo”.

sábado, 23 de abril de 2011

“ACTUALIZACIÓN” DE LOS 10 MANDAMIENTOS


Conoces lo mandamientos de la Ley de Moisés? Hace cuánto tiempo los aprendiste? Más que conocerlos de memoria y en orden, es más importante saber si aún los practicas, si los cumples. Si aún tienen vigencia en tu vida o ya “caducaron”.


"Todos mienten" Dr. House.

Algunos mandamientos, como el octavo: “No dirás falsos testimonios ni mentirás”, parecen ser muy idealistas, ya que, como repite constantemente Dr. House en la serie de Tv, todos mienten. Es un hecho, admitámoslo. Sé que puede sonar cínico, pero a veces es cierto aquello de que “piensa mal y acertarás”. Por otra parte, en cierta forma nos dejamos engañar a propósito, nos gusta que nos pinten un mundo maravilloso, ya sea los publicistas en la Tv o los políticos en sus discursos demagógicos, a sabiendas muy en el fondo- y a veces no tan en el fondo- que no son realistas sus grandilocuentes promesas. Y en el plano amoroso ya ni se diga, sobre todo si la persona que endulza nuestros oídos es hábil en el arte de la persuasión para conseguir lo que quiere, a través de la palabrería que deseamos escuchar, y sobre todo, creer. Muchas veces no es el otro un gran orador, si no uno el que se deja engañar fácilmente.

En esta línea está más o menos orientada la breve pero concisa e incisiva obra del filósofo español Fernando Savater, titulada “Los diez mandamientos en el siglo XXI” Tradición y modernidad del legado de Moisés. He de confesar que cuando vi el nombre del libro no me apeteció mucho leerlo, pero no pude obviar esa última parte del título que dice “…en el siglo XXI”. Qué novedad tendría que contarme este escritor peninsular acerca de algo que aprendí desde aproximadamente los 10 años de edad? Qué habría de nuevo bajo el sol si estudié en un colegio católico durante 12 años de mi vida, entre los cuales fui parte de varios grupos juveniles religiosos? Fuera de eso, en mis años universitarios también fui miembro de comunidades religiosas? Y no omito mencionar que durante mucho tiempo asistí a misa más de una vez por semana. Qué podrían contener esas 71 páginas sobre la Ley de Dios que yo no hubiera leído o escuchado ya? Pues bien, la respuesta una vez que acabé el libro fue: mucho!


Moisés recibe los 15, perdón, 10 mandamientos.
La loca historia del mundo (1981), dirigida por Mel Brooks.

Después de una breve introducción acerca de la temática, Savater analiza cada mandamiento en el orden presentado históricamente, iniciando con un diálogo entre él y Dios. Estas conversaciones suelen ser muy atrevidas y creo que los más fervorosos podrían considerarlas como irrespetuosas, porque el filósofo trata a la deidad de igual a igual-al fin y al cabo, según dicen el hombre fue hecho a imagen de Dios, o no?-y la plática es más que franca. Es directa, cargada con una crítica cruda que cuestiona, reclama, objeta y hasta se vale de un poco de humor e ironía para darle “sazón”.

El primer mandamiento, según el escritor, delata a Dios como sumamente excluyente y posesivo -cualidades muy humanas- por querer toda nuestra atención y dársela únicamente a ÉL. Esta unicidad de Dios, según algunos representa un progreso espiritual, pero a la vez conlleva la semilla de la intolerancia; con todo y que los israelitas, según el teólogo Ariel Álvarez Valdez, eran monólatras (creían en la existencia de muchos dioses pero solamente adoraban a uno). Precisamente este atributo de Dios, el ser único y excluyente, es lo que ha provocado en cada una de las religiones del mundo la incompatibilidad entre ellas, puesto que si cada una cree adorar y seguir al “único y verdadero Dios”, las vuelve intolerantes y enemigas de las demás, que defienden exactamente la misma legitimidad. Sin embargo, sucede que cuando cierta religión se debilita, perdiendo poder y hegemonía en el plano terrenal, como en el caso del Catolicismo, se vuelven tolerantes. Hoy si yo no comparto la fe de los cristianos, nadie puede llevarme ante el Tribunal del Santo Oficio, como hubiese pasado unos 4 siglos atrás.



La Santa Inquisición en "plena faena".

La democratización de los pueblos exige como rasgo fundamental la tolerancia e igualdad de derechos, lo cual resta mucho poder a cualquier religión que quiera pasar por encima de los mismos, reclamando a la sociedad aquella exclusividad de culto de antaño.

“Nadie ofrece tanto como el que no piensa cumplir” fue una de las mejores frases que encontré cuando analiza el segundo mandamiento: No tomarás el nombre de Dios en vano. Y no sé por qué me recordó a los políticos. Y la de Napoleón Bonaparte no se queda atrás: “La mejor manera de cumplir con la palabra empeñada es no darla jamás”. Pese a que vivimos en un mundo en el cual jurar y prometer han perdido mucho peso –los novios y esposos se juran amor eterno, los políticos prometen el cielo y la tierra, los procesados y testigos juran que dirán la verdad con la mano sobre la Biblia, etc.-, irónicamente ese mismo mundo es el del crédito (las tarjetas de crédito, préstamos, conversión de divisas, compras por internet, hipotecas y otros).

Del tercer mandamiento: Santificarás el día del Señor, comenta el escritor que es el único en el que se nos pide algo divertido: descansar. Es el mandamiento más fácil de cumplir y el más hedonista. Yo considero que es prácticamente innecesario pedirnos algo que de hecho, por necesidad y a la vez por placer, tenemos y queremos hacer. Ningún humano puede trabajar ininterrumpidamente sin descansar. Por otra parte, el ocio y la diversión es algo natural en la vida social y a la vez privada del hombre. Algo que aunque no se lo impongas ni se lo recuerdes, lo buscará siempre que pueda. Triste es cuando no se tiene “algo” –trabajo- de qué descansar, señala el filósofo.


Cuando no se tiene de qué descansar, ¿cómo cumplir el 3er. mandamiento?

“Honrarás a tu padre y a tu madre”, reza el cuarto mandamiento. Creo que toda persona bien nacida tiende a amar a sus padres de forma casi espontánea, comenta Savater. Además señala que no es saludable llevar el mandato a niveles extremos, donde la autoridad excesiva de los padres les impide a los hijos conseguir su propia autonomía. Me llamó poderosamente la atención que le dedica unas cuantas líneas al término autoridad, el cual viene del latín “auctor”, que significa “lo que hace crecer, lo que ayuda a crecer”. El escritor nos recuerda que la autoridad paterna es todo lo contrario a la tiranía, porque el interés del tirano es mantener en infancia perpetua  a aquellos a los que quiere someter. La verdadera libertad es la que proporciona al hijo los elementos para alcanzarla. Vale la pena también recordar la parte en que dice:”la educación es básica en el desarrollo de la libertad. Pero éste es un tema que encierra un drama. El éxito de educar bien significa quedarse solo”. Sin palabras. Simplemente muy acertado, pese a lo nostálgico que pueda parecerle a los padres.

“No matarás”, el quinto mandamiento, y ya vamos a mitad del camino. Es un mandamiento indiscutible y a la vez nada original. Desde mucho antes de Moisés ya existían en otros pueblos, normas sociales que prohibían matar. Y la razón es más que obvia: mantener un orden social y una buena convivencia entre las personas. Sin embargo Savater le achaca a Dios que debe reconocer que estamos frente a una gran contradicción. En la historia se ha matado más en tu nombre que en el de los demás dioses. Y continúa cuestionándole: Tú dices “No matarás”, pero tú nos matas a todos. No cabe duda que eres el gran asesino universal.


Representación de El Ángel de la Muerte.

Merece recordar cuando el filósofo le pregunta a Dios: Recuerdas la guerra de los albigenses? Seguro que sí. En una ciudad habían decidido pasar a cuchillo a los pobres albigenses. Le preguntaron al obispo cómo había que hacer para reconocer quiénes eran herejes y quiénes no antes de ejecutarlos, entonces tu representante en la tierra recomendó matarlos a todos, ya que Dios reconocería a los suyos.



El quinto mandamiento –señala el filósofo- es una ley de extremos, porque cubre las puntas, los cabos de la vida. Por una parte, dónde empieza la muerte, qué la produce? Cuándo podemos dar por irreversible el fin de una persona? En el otro extremo: cuándo empieza la vida, cuándo se da el nacimiento y un conjunto de células, un embrión, se convierte realmente en una persona?

Del sexto mandamiento, recuerdo la frase de Woody Allen que cita el autor: “El sexo con amor es lo mejor de todo, pero el sexo sin amor es lo segundo mejor inmediatamente después de eso”. Y la mayoría de la gente piensa así, asegura Savater. Además comenta que cuando se dio a conocer el mandamiento, no tenía mucho que ver con el pudor ni el honor de la persona engañada, sino más bien con la herencia y la transmisión de la propiedad. Quizás entre los pobres no se perseguía el adulterio porque no tenían nada qué dejar a sus hijos. Distinto era entre los ricos, entre personas pudientes, que necesitaban mantener clara la línea de descendencia para poder transmitir sus bienes.


Nunca he visto esta señal en las carreteras; 
supongo que en EEUU sí existe.

Por otra parte, no menos interesante es la frase de Lope de Vega mencionada en el libro: “No quiso la lengua que de casado a cansado hubiese más que una letra de diferencia”.

En fin, el análisis sobre este sexto mandamiento puede ser polémico pero su reinterpretación es necesaria puesto que los tiempos y sobre todo el comportamiento social y equidad de género han cambiado mucho desde que se quiso imponer la ley mosaica.

“No robarás”, exhorta el séptimo mandato. Según el filósofo, en un inicio este mandamiento se refería a los secuestros, a no robar almas, es decir, a otros seres humanos, más que a bienes materiales. En lo particular, me impactó la frase de Mahatma Gandhi: “Todo lo que se come sin necesidad, se roba al estómago de los pobres”. Es muy dura y fuerte dentro de la sociedad consumista en la que vivimos, misma en la que día a día se suman más pobres a la lista. En esta parte del libro también “desfila” Pablo Neruda aseverando una gran verdad de los tiempos modernos: “El fuero para el gran ladrón, la cárcel para el que roba pan”.

Con el octavo mandamiento, “No levantarás falsos testimonios ni mentirás”, llega uno de los mandatos más difíciles de cumplir. Pues el mismo Goethe comentó que Dios nos había dado la palabra para que pudiéramos ocultar mejor nuestros pensamientos.

Bastante cínica pero verídica es la frase que describe Savater de Otto von Bismark: “Nunca se miente tanto como antes de las elecciones, durante la guerra y después de la cacería”. Y la de Nieztsche no es menos verdadera: “Lo que me preocupa no es que hayas mentido, sino que de ahora en adelante ya no podré creer en ti”.


Clásico de clásicos!

Savater comenta que hay mentiras que pueden ser incluso de cortesía, poéticas, que no tienen que escandalizar ni perturbar. Muy al contrario algunas se encuentran integradas ya en el juego social. Lo importante de la mentira es el contexto y a quién se miente. Dignas de revisión son las situaciones en las que el filósofo indica que se puede o es conveniente mentir, en contraste con Kant, quien en un opúsculo que escribió dijo que no podía mentirse en ninguna ocasión, ni siquiera para salvar la vida de un inocente, estás de acuerdo?

Los últimos dos mandamientos se refieren a la codicia y envidia: “No desearás a la mujer del prójimo” y “No codiciarás los bienes ajenos”. En la época de Moisés, la mujer era considerada prácticamente como un objeto, una pertenencia más del hombre. En cambio en la actualidad eso de mujer del prójimo, a Savater le suena como si ella fuera un objeto o una propiedad, lo cual no sintoniza con los tiempos liberables ni feministas que vivimos. Ya que hoy ninguna mujer acepta ser de nadie, enfatiza el filósofo.

Este es un mandamiento que se desdobló con el paso de los años, se prohibió desear a la mujer, y se puso el resto de las propiedades del prójimo en otra ley, asegura el escritor.

“Un hombre puede ser feliz con cualquier mujer, mientras no la ame”,  decía Oscar Wilde. Será cierto?

Ya para no extenderme de más, y en lugar de ello recomendarles el libro, les dejo la siguiente frase, expuesta en el análisis del último mandamiento:

“Uno debe codiciar los bienes ajenos para  poder progresar”  Martín Caparrós.


viernes, 8 de abril de 2011

LA CARRETERA


Los recuerdos que aún conservo respecto a los viajes que hacíamos en familia incluyen algunas desventuras relacionadas a malestares que a menudo sufría durante el periplo. Como a todo niño –o la mayoría quizás– me gustaba que mis padres me llevaran de paseo fuera de casa y, si era posible, también fuera de la ciudad. Las primeras salidas fueron traumáticas, puesto que de repente empezaba a marearme –lo cual ocurría con mayor prontitud en carreteras más sinuosas– y al mareo se le unía un fuerte dolor de cabeza y las detestables náuseas, mismas que desembocaban, inevitablemente y la mayoría de veces, en vómito. Sentía mucha vergüenza cuando finalmente regurgitaba lo poco o mucho que hubiese comido previo al viaje. Pero qué podía hacer?  Quizás un par de cosas, las cuales funcionaron bien posteriormente, aunque no siempre. Antes de salir de casa me tomaba una pastilla contra la náusea y me llevaba en una bolsita plástica un limón cortado a la mitad, para chuparlo cuando iniciaran los malestares.

Pero si de viajes difíciles se trata, lo mío era de lo más divertido si consideramos los traslados en carretas en la época del Imperio Romano. Aunque sus ingenieros no construyeron la primera gran carretera de la que se tenga noticias actualmente –llamada Camino Real Persa–  sí se les reconoce su enorme aporte a la comunicación terrestre entre todos los pueblos europeos que formaban parte del imperio. De hecho, el trazo actual de la red vial del viejo continente tuvo su base en la herencia romana de hace 2,000 años. E incluso, varias de sus calzadas aún están en servicio.

Vía Apia.

Hace dos milenios los viajes de una provincia a otra, o de un pueblo a otro eran muy agotadores. La superficie típica de los caminos romanos no era plana –como las superficies de rodamiento asfálticas o de concreto hidráulico–, si no formada por piedras o losas apisonadas, lo que provocaba una vibración continua y molesta durante la trayectoria. Si a eso le sumamos que en épocas secas los caminos estaban llenos de polvo, es lógico pensar que éste cubriera fácilmente a los viajeros y les irritara constantemente los ojos. Por otra parte, en épocas lluviosas era muy probable que tuvieran que atravesar áreas lodosas o inundadas, corriendo el riesgo de que se quedasen atascados. Por si fuera poco, cuando el frío invernal era inclemente, no podían protegerse con la comodidad que hoy en día permiten los sistemas de calefacción de los automóviles modernos.

Pero “al mal tiempo darle prisa”, reza un proverbio popular. Afortunadamente las distancias que solíamos recorrer en mi país natal no eran tan grandes como para que el viaje se volviera una “verdadera odisea”. Las playas que normalmente visitábamos estaban a 25 km –ó 30 minutos– de la ciudad, y la capital a unos 100 km. El estado físico de las carreteras que debíamos tomar era de aceptable a bueno. Sin embargo, en la primera, la carretera León-Poneloya, recuerdo que existía una curva muy peligrosa, denominada “la curva del diablo”. Supongo que se le llamó así debido a las víctimas de accidentes de tránsito. A unos 2,400 km de allí, existe un tramo carretero de peligrosidad similar, “la cuesta de los muertos”, en la carretera Saltillo-Monterrey, en México. Generalmente, la gente cree que estos sobrenombres intimidantes se deben a la ocurrencia de siniestros viales, pero no necesariamente es así. En el caso de la carretera mexicana mencionada, cuentan que originalmente se le llamó “la cuesta de los muertos” porque en esa zona, aproximadamente en el km. 38, tenían lugar numerosos asaltos sangrientos que datan de la época colonial. Las víctimas eran las familias adineradas que iban de paseo o bien, los comerciantes que trasladaban sus productos en el único medio de transporte de carga disponible en aquellos días: las carretas (lo que sugiere la etimología del término “carretera”). Normalmente las víctimas eran asesinadas cruelmente, incluyendo mujeres y niños, y por tales hechos horrendos y condenables el tristemente célebre lugar recibió el sobrenombre de “cuesta de los muertos”, y no tanto por los accidentes de tránsito que aún hoy se presentan.


Pero no se le puede “dar prisa al mal tiempo” cuando las condiciones del camino, el conductor, el vehículo o la naturaleza misma no lo permiten. Recuérdese que en los albores del Imperio Romano, las velocidades desarrolladas por las raedas (vehículo pesado de dos o más ejes para carga y pasajeros) permitían, según relatos históricos, un avance de 32 km por día en promedio. Sin embargo, catorce siglos después (en el siglo XIX) ya se podía viajar en las diligencias –medio de transporte de pasajeros– a la “vertiginosa velocidad” de 16 km/h!, un notable avance en la rapidez del desplazamiento colectivo, no lo creen? Y ya no se diga de los asombrosos carros a vapor, diseñados posteriormente por Goldsworthy Gurney, que “volaban” a velocidades inconcebibles en aquel entonces, hasta 32 km/h (24 veces más que las raedas romanas).

Carroza de vapor de Goldsworthy Gurney en una ilustración de 1827.

Cuando viajaba siempre trataba de ocupar el asiento junto a la ventana. Disfrutaba ir viendo el paisaje tropical del campo nicaragüense. Contemplando la inmensidad del cielo, con algunas nubes “flotando” en el aire o el sol ocultándose entre ellas, cuyos últimos rayos se desvanecían en tonos rojizos, anaranjados y amarillos. El ocaso era una fiesta de colores! Desde siempre me llamó la atención lo que muchos años más tarde sabría qué es. El paralaje del movimiento. Cuando viajas, sea en coche o en tren, y ves a través de la ventana, puedes percibir al menos tres tipos de desplazamientos en los objetos observados. El primer plano pasa a toda velocidad. Si tratas de mirar hacia abajo, sobre la superficie de rodamiento o el área cercana a ésta, no se distingue prácticamente nada más que “rayas”. La velocidad a la que circula el vehículo y a la que “vemos” el primer plano es tan rápida que el cerebro no logra procesarlas. Supera su capacidad. El cerebro, a través de la vista, solamente alcanza a captar “centellas” de la realidad. Los humanos son incapaces de percibir la realidad en el flujo continuo en el que ocurre. Con el desfase de procesamiento se crean “lagunas” o “vacíos” que el cerebro rellena y adecúa para poder completar toda la secuencia de imágenes. Quizás te suene un poco confuso, pero el fenómeno del paralaje del movimiento también desconcertó a los psicólogos mucho antes de que apareciera el automóvil, así es que no eres el único. Cuando alejamos la vista un poco, por ejemplo hacia los árboles ubicados junto a la carretera, nos parece que se mueven pero más despacio. Lo que sucede es que al situar la vista sobre algún objeto del paisaje –los árboles cercanos–, para mantener esa fijación nuestros ojos deben moverse en sentido contrario al que llevamos. A partir del objeto de fijación, todo lo que esté antes del mismo –entre los árboles y el vehículo en el que viajamos– cruzará rápidamente nuestra retina en dirección contraria a la que avanzamos (la superficie de rodamiento, por ejemplo), mientras que lo que esté más alejado del objeto de fijación –como las montañas– parecerá moverse lentamente a través de nuestra retina y en la misma dirección en la que viajamos. Lo has notado alguna vez mientras viajas?

En Parras de la Fuente, Coahuila, México (2007).

Cuando era yo un púber, deseaba que las carreteras no tuvieran tantas curvas, pues eran éstas las que precisamente catalizaban esas indeseables sensaciones en mi débil estómago. No comprendía que los caminos con largas tangentes –sin curvas horizontales– provocan somnolencia en los conductores debido a la monotonía del paisaje y la conducción, volviéndose peligrosas debido a las posibles salidas del camino o a la invasión de carriles adyacentes. Afortunadamente durante los viajes familiares o cuando me trasladaba de León a Managua o viceversa, el vehículo en el que iba nunca se vio involucrado en algún accidente. Las estadísticas respecto a la accidentalidad vial son alarmantes, y en los últimos años el número de víctimas mortales a nivel mundial ha ascendido hasta 1.2 millones de personas anualmente. De tal magnitud es el problema de los accidentes de tránsito, que muchos países ya lo consideran un asunto de salud pública.

Autopista en México.

La seguridad vial es una necesidad indispensable que lamentablemente atrae poco la atención de algunos países, tanto de sus gobernantes como de la sociedad en general, la cual muchas veces se muestra apática frente a las medidas de seguridad mínimas que debe cumplir al circular tanto por las calles de las ciudades como en las carreteras rurales. Hace falta mucha educación vial. Y es algo que me preocupa como usuario de las carreteras, y a la vez, como padre de familia. Allá afuera conduce gente inconsciente de los daños irreversibles que puede causar. Una muerte provocada en un accidente vial, está lejos de limitarse al pago del daño material o la indemnización del seguro. Esa muerte convierte a esposas en viudas y a hijos en huérfanos. Esa muerte destruye familias. Interrumpe para siempre el proyecto de vida de un hijo (a). Les arranca a los padres un ser querido, quizás el más amado de todos. Les mutila de por vida. Les despoja de aquellos que se habían convertido en su razón de vivir. Aquellos por los que se había luchado tanto.

La carretera es un medio muy valioso para la comunicación, el desarrollo económico, la seguridad nacional, la recreación y el progreso social, pero si no se conduce con precaución ni se obedecen las señales de tránsito, también puede convertirse en el escenario de nuestro “último acto”.