sábado, 11 de junio de 2011

SI HUBIERA UN RETORNO



No sé por qué estoy aquí, con usted,
le adelanto que no traigo un solo óbolo.
Al parecer estoy a vuestra merced.

Algunas veces es tan repentino-dijo el anciano-
que no alcanzan a reparar en ello ¡tontos humanos!.
Pero no te preocupes, vagarás una centuria
por esta orilla hasta que yo regrese, alma espuria.

¡Espera! ¡No te vayas! Hablemos…
aún no estoy seguro de estar muerto o vivo,
sólo te pido me escuches antes de irte o darme los remos.




Mientras caminaba por aquí,
trataba de identificar este inhóspito lugar,
pero ha sido en vano, jamás lo había pisado,
he muerto, ¿no es así?

El arisco viejo no contestó nada.
Medio sonrió, maliciosamente.
Estaba todo escrito en su esquiva mirada,
Nunca se debería preguntar lo que es evidente.

Recordando el pasado-continuó el infeliz-
me he encontrado con la sorpresa
del engaño ingenuo en el que he vivido,
de la ignorancia, víctima, ¡fácil presa!
La verdad siempre estuvo ahí,
tan latente, recóndita, oculta,
y ahora resulta
que pude haber sido
un mejor hombre, y no lo fui,
sólo me perdí, realmente no viví.

¿Por qué siempre pospuse todo
creyendo que se arreglaría de algún modo?
Deudas que no pagué,
problemas que nunca resolví,
heridas que jamás curé,
necesidades que no vi,
dolores que solamente alivié.

El después fue una fácil solución,
era más sencillo el “mientras tanto”
llegué a conformarme con el “por ahora”,
evité enfrentarlo conteniendo el llanto,
fui un cobarde, me aplastó el espanto
y la buena intención se resignó
con lo poco que le quedó.
Es absurdo llegar al final
de la vida quejándome de lo que no conseguí,
es tonto si siempre actué igual,
si no luché, sólo lo consentí,
la sociedad no tiene idea de cuán nocivo
es el paternalismo,
esa espera mediocre
de que alguien más te resuelva los problemas,
es como pretender obtener oro a partir del ocre.

Tuve la dicha entre mis dedos
y no percaté cómo se escurría entre ellos,
como todos esos sueños que nunca alcancé
a causa del miedo,
 de la apatía o del no puedo.

Ciertamente no vi el sentido real de las cosas,
la pequeñez nubló la realidad
y la vida que pudo ser bella y hermosa,
se quedó en un montón de ilusiones
sin concretar,
a las personas que en verdad se lo merecían
no las llegué a amar.

Ojalá pudiera decirte que fui feliz,
que hice lo que debí,
que callé lo que ofendía,
apunté donde debía,
corrí cuando lo ameritaba
y me detuve si me necesitaban,
que alcé la voz si no me escuchaban,
reclamé cuando abusaban,
defendí al inocente,
protegí a los míos
y respeté a los extraños,
que ayudé a la gente,
y traté de no hacerle daño,
que no fui hipócrita con el pudiente
ni tacaño con el pordiosero,
que no fui cizaña si no puente
entre los nacionales, y de igual trato con los extranjeros.




Si no te importa,
te pediré, te rogaré que me dejes regresar
con el poco aliento que aún mi alma porta,
pues siento que parezco despertar,
y te propongo un borrón y cuenta nueva,
prometo empezar otra vida,
ahora que he entendido esta prueba.


No sabes cómo quisiera poder decirte
que la mujer que amé fue mía,
que siempre le dije
lo que mi corazón sentía,
lo que todavía siente…
y ojalá leas en mi hoja de vida, la que no miente,
“he sido feliz, ya no temo más a la muerte.”
Es este mi sermón del monte.
¡Tirad los dados! ¡Echad mi suerte!
Mi alma ahora está a tu merced, navegante del Aqueronte!

El silencio.

Y al cabo de unos minutos…

Está bien –dijo a secas el senil-, te concederé lo que me has pedido.
Vete e intenta mejorar lo que resta,
y no es que me hayas convencido.
Entérate que jamás sabrás todas las respuestas,
no eres más que un Sísifo en busca del sentido.




Dicho esto, el viejo calló. Ya no pronunció palabra alguna,
sonrió sarcásticamente, y prosiguió su viaje
hasta encontrar otras almas,
continuó eligiendo o rechazando, una a una,
lentamente, apenas rompiendo el silencio y la calma
de aquel lúgubre y triste río,
mientras tanto y sin saber cómo, yo partía hacia un nuevo desafío,
un nuevo horizonte,
volvía a la vida, lejos del viejo Caronte.

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