domingo, 13 de octubre de 2013

EL “LIKE” Y OTRAS CONFESIONES DEPRIMENTES

Pensé que la escritura de un diario era algo pasado de moda, o en todo caso, un remanente que solamente practicaban algunas adolescentes o ciertos literatos y científicos. Sin embargo, para mi sorpresa, no es así. La inmensa mayoría de usuarios de Facebook lo desmienten. No imaginaba que las personas, de todas las edades, gustos y condiciones sociales, tuvieran la necesidad visceral de narrar de forma tan frecuente y sistemática cada actividad diaria, por muy trivial e insignificante que sea, al resto del mundo (o de dicha red social).

No deja de sorprenderme –y decepcionarme en la mayoría de los casos– la manifestación del “estado del usuario”, en el que se narra, a manera de autobiografía minuciosa y casi a un grado obsesivo-compulsivo, a qué hora te levantaste, si estás de buen ánimo o no, qué desayunaste (incluyendo la foto del alimento), cuántas cucharadas de azúcar le pusiste a tu café, que si pan blanco o integral, que si te lavaste los dientes con tu cepillo nuevo comprado en “X” tienda, que si saliste a las 8:00 am de tu casa, que si estás atorado en un congestionamiento vehicular, que si traes puesta la camisa que te compraste ayer en “X” tienda exclusiva, que si ya llegaste al trabajo, que si tienes sueño o estás desvelado, que si tienes hambre o quieres ir al baño, que si se te antoja algún alimento en especial, que si nos presumes tu camioneta o tu casa nueva (subiendo la foto, por supuesto!), que si ya compraste el último “juguetito” de Apple, que si adelgazaste 200 gramos en el último mes o si acabas de correr 10 kilómetros, que si un policía de tránsito te miró “feo”, que si odias a tu jefe o te aburres mucho en tus clases, que si amaneciste más “bella” que ayer, que si tu mascota no comió, que si se te quemó el primer pastel que intentaste cocinar, etc., etc., etc.



Entiendo la necesidad de socializar y compartir ciertas experiencias relevantes con nuestros amigos y ciertos conocidos, pero honestamente se publica tantas cosas nimias, tontas y fútiles, que no le veo el caso que te permitas expresarlas, y menos aún, que los demás pierdan el tiempo leyéndolas.

No sabía que la gente tenía reprimida esa vocación de querer describir cada diminuto paso de su vida diaria, que todos quisieran presumir -como un infante- cada juguete nuevo adquirido, o de llamar la atención a toda costa, como un acomplejado. Al parecer existe mucha gente sola y deprimida, necesitando urgentemente ser leída por los demás, aún en cosas que no nos interesan para nada, en lo absoluto, como que si el corte de carne que se comió estaba bien cocido o crudo, o que si al ir caminando por la acera pisó accidentalmente un excremento de perro. Por favor, ¡A quién le importa!


Al parecer Andy Warhol tenía razón cuando hace algunas décadas dijo que “en el futuro cualquier persona será famosa durante 15 minutos”. ¿Es eso lo que buscan describiendo detalladamente la vida personal a cada instante? ¿Unos cuantos minutos de fama? ¿Cuánto vacío puede llenar uno, diez, mil o un millón de “likes”?

domingo, 28 de abril de 2013

¿QUÉ LE DIRÁ A SU HIJO CUANDO LE PREGUNTE SOBRE DIOS?


¿Dónde está Dios, papá?  ¿Quién creó el mundo? ¿Qué es el alma? ¿Existe el cielo? ¿Y el infierno?  ¿Qué es rezar? ¿Se puede ser bueno sin creer en dioses? ¿Se puede ser feliz sin creer en dioses?

Son algunas de las preguntas –entre otras más no menos interesantes- que algún día nos harán nuestros hijos acerca de Dios y todo lo que tiene que ver con la religión. El economista y escritor Clemente García Novella se tomó la tarea de responderlas desde el enfoque del librepensamiento, ajeno al compromiso con cualquier religión, en su obra llamada ¿DÓNDE ESTÁ DIOS, PAPÁ?, publicada a finales de 2012.


Fuera de las experiencias similares que comparto con el autor, como el haber estudiado en un colegio católico en mi infancia, considero muy acertadas las respuestas que dio a las preguntas más importantes que todo niño (a) tarde o temprano acabará haciéndole a sus padres acerca de Dios o los dioses. Aparte de su forma sencilla y amena de exponer sus ideas y experiencias personales, es admirable la forma en que se enfrenta a las preguntas y las responde con el más cuidadoso respeto posible, dando una muestra loable de tolerancia y presentándose como un partidario de un ateísmo que yo consideraría moderado en su expresión, sin ofender a los creyentes pero sí, explicando las razones de su humanismo de una manera contundente y firme, sin titubeos.

En sus palabras cito: “Los niños nacen ateos; son los adultos los que les enseñan a creer en dioses e imprimen en sus cerebros las creencias religiosas que ellos, a su vez, recibieron de sus mayores”. Me parece una afirmación muy certera, sobre todo cuando nos referimos a sociedades hispanoamericanas, a la cual pertenezco; ya que unos padres bautizados dentro del catolicismo, sean muy devotos o no, les transmiten sus mismas creencias religiosas a sus hijos, sin presentarles un universo de creencias alternativas a las cuales poder elegir cuando alcancen suficiente madurez intelectual, o mejor aún, para que decidan no elegir ninguna, optando por el ateísmo. Novella defiende el derecho que deberían tener todos los niños, no únicamente católicos, sino de cualquier país del mundo, a instruirse en los diferentes credos y tener la oportunidad de quedarse o no con alguno, pero bajo una decisión informada y consciente, lo que me parece muy justo.

También le concedo el peso de la razón cuando asevera que         “…la intolerancia se cura viajando”. No cabe duda que el viajar y conocer otros pueblos, otras sociedades, otras creencias, amplía y enriquece nuestra visión limitada y “de burbuja” del mundo en el que vivimos, ya que generalmente la gente desprecia con tanta arrogancia las creencias de otras sociedades que concibe como inferiores y falsas a las de éstos, ignorando que lo mismo pensarían los extranjeros de sus creencias.

Y cómo no admitir la veracidad de que “en realidad la fe no da respuestas, sólo detiene las preguntas”. Imagine que Aristarco, Copérnico y Galileo se hubiesen conformado con que la idea de que la Tierra es el centro del universo -ya que el buen Dios lo creó todo para beneficio del hombre-, seguramente no tendríamos ni la más mínima noción de nuestro lugar en el universo y mucho menos se le hubiese ocurrido a la humanidad emprender la exploración espacial. Seguramente aún no se hubiese pisado ni siquiera la Luna. Seríamos muy ignorantes si todos los grandes científicos de la historia se hubiesen resignado con las explicaciones religiosas y mitológicas del mundo y sus seres vivos.

“No puedo creer en un dios que quiere ser adorado constantemente”, es la frase que citó de Nietzsche. Es algo que imagino que raras veces se pregunta un devoto ¿por qué mi amadísimo Dios, a quien trato de obedecer fiel y cabalmente, necesita, me ordena, me invita (en muchísimos versículos de la Biblia) a que lo adore todo el tiempo? ¿Por qué quiere que su criatura lo esté alabando constantemente, como tanto les fascina también a los dictadores y tiranos que ha conocido el mundo? Ese deseo es demasiado humano como para provenir de un ser divino y perfecto, ¿o no? ¿Nunca se lo ha preguntado? Tan pequeño es el ego y autoestima de ese Dios (o los dioses de cualquier religión) como para requerir de la adulación Ad infinitum por parte de los mortales?


Por otra parte, me encantó su respuesta a la interrogante “¿Por qué la gente sigue creyendo en dioses?” A la cual responde “porque los mayores siguen enseñando a los niños a creer en ellos”. Sencilla, directa y objetiva.

Entre los grandes pensadores y escritores contemporáneos también “desfila” en su obra, el periodista, recientemente fallecido, Christopher Hitchens, de quien recogió esta frase no menos brillante: “Lo que puede afirmarse sin pruebas, también ha de poder descartarse sin pruebas”. Ya que constantemente los creyentes reclaman las pruebas que tenemos los ateos para negar la existencia de Dios (es), tratando de esquivar cobardemente el hecho de que quien debe probar la existencia de un ser tan fantástico como Dios, debe ser aquel que cree en Él, con el que tiene comunicación directa (a través de la oración) o indirecta (con el clero), la frase del inglés se antoja exquisitamente pertinente al respecto.

Igual de inobjetable son las palabras de Novella cuando escribe “Sin curiosidad no habría nuevos conocimientos. Si no fuera por este tipo de personas, por los curiosos, por los desobedientes a las supersticiones, aún seguiríamos creyendo que enfermedades como la esquizofrenia o la demencia se debe a la posesión demoníaca”. Pienso en todos esos enfermos infelices a los que se les interrumpió todo tratamiento médico por instrucción de algún sacerdote, chamán, curandero o brujo que aseguró que “su mal” no era ninguna enfermedad, si no una posesión satánica, y que para su cura la medicina no tenía ninguna palabra. Y ya ni hablar de todas “las brujas” quemadas en la oscura Edad Media.

El autor resume en tres los grandes pilares que sostienen a las religiones: la existencia de Dios, la existencia del alma y el libre albedrío. Aunque sean indemostrables los dos primeros, las personas no han dejado de creer en ellos porque “queremos creer lo que nos resulta agradable y no queremos aceptar lo que nos aterroriza. No queremos desaparecer en la nada. Queremos seguir vivos”, afirma, y que nuestros seres queridos sigan vivos cuando mueran, concretando la ilusión con el hecho hipotético de encontrarlos nuevamente algún día en algún tipo de paraíso celestial. Son razones –ilusiones– muy poderosas para cualquier ser humano, sin duda. Pero entre los tres pilares, los dos primeros que he citado, considero, a nivel muy personal, que son los que requieren mayor fe por parte de los creyentes, puesto que en cuanto al último pilar, el libre albedrío, parece el más real, obvio y fácil de aceptar respecto a los demás. Estamos muy acostumbrados a la idea de que podemos ejercer nuestra voluntad a nuestro gusto. Somos libres. Incluso el mismo Sartre afirmaba que “estamos condenados a la libertad”. Movemos un brazo cuando queremos. Elegimos entre asistir o no a un evento. Optamos por leer uno u otro libro. Seleccionamos algún platillo en particular en el menú de un restaurante, etc. Y esta sensación de libertad ha sido cómplice de la religión desde antaño, pero ¿por qué? Bueno, según Novella, “para que Dios sea un dios de bondad, no culpable de la crueldad y de los males del mundo, entonces el hombre ha de ser libre”. Tiene sentido, ya que si el hombre no tuviera la capacidad de elegir, se infiere –habría que profundizar un poco más en esto para saber si realmente es así- que no sería responsable de sus actos, y por ende, no tendrían sentido ni el cielo ni el infierno, ya que no sería lógico castigar o premiar a un ser que en realidad no es responsable de sus obras. Llegado a este punto, el autor confiesa que el para él la idea del libre albedrío es una ilusión humana, asevera “…que el determinismo está en lo cierto: no somos libres de pensar y de actuar como lo hacemos. Estamos determinados”. Según explica brevemente, este determinismo puede ser cultural, social, familiar, educativo, psicológico, biológico, genético, etc. Por lo poco que he leído al respecto, esto se debe a que ciertos mecanismos, algunos más claros que otros, dentro del entorno en el que nacemos y vivimos, e incluso a causa de nuestra propia  biología constitutiva, nos determinan a actuar de cierta manera, como si fuésemos un inmenso y complicado sistema algorítmico, para el cual cada decisión nuestra podría ser predecible (conociendo todas sus variables), ya que realmente las decisiones que tomamos son el resultado, no de nuestra libertad, si no de una ponderación que se lleva a cabo en forma inconsciente de la mejor opción que disponemos. Sé que no es fácil de digerir para quienes nos hemos considerado aparentemente “libres” toda la vida. Algunos aspectos de estos planteamientos son sencillos de intuir, como por ejemplo, el hecho de que la inmensa mayoría de los niños latinoamericanos se sumarán a la religión Católica, ya que están determinados de forma geográfica, cultural y familiar a “decidirlo” así. Si al contrario, hubiesen nacido en un país árabe, casi es seguro que adoptarían la religión Islámica. En otros aspectos de la vida cotidiana esta teoría del determinismo no se vislumbra tan sencilla de entender, habría que profundizar más en el asunto si se desea correr el riesgo de acabar sabiendo que no somos libres, que la libertad como la entendemos la mayoría, es una ilusión.
En fin, es una obra que vale la pena leer y que recomiendo ampliamente, como un amigo lo hizo conmigo. Finalizo presentándoles la declaración-invitación que hace el autor al inicio de su libro:

“En matemáticas, en geología, en química, en literatura…podrán encontrar conocimiento, saber, certeza. En cuestión de dioses, sólo opiniones. Aquí van las mías.”

viernes, 22 de marzo de 2013

SOBRE PLACEBOS Y OTRAS TRAGEDIAS

¿Se puede confiar en un individuo que constantemente afirma que "todos mienten"?

En uno de mis programas favoritos de TV el personaje principal afirmó que alguien de la vida real no existe. Su aseveración me desconcertó por tres motivos. El primero es que no esperaba una afirmación de esa naturaleza -atrevida y perturbadora-, por parte de un personaje inteligente y brillante como él. Y esto se debe al segundo motivo: el ser inexistente del que habla sí existe. Bueno, al menos por consenso, ya que así lo cree la mayoría de la gente, pese a la falta de pruebas verificables. Finalmente, lo más impactante de ese "disparate", era que ese ente no es otro más que Dios (imagino que el de las religiones monoteístas), el ser más importante para millones de personas durante gran parte de la historia de la humanidad.



¿Dr. House se había vuelto loco? ¿Su blasfemia no era más que un síntoma de su amargura y envidia hacia quienes sí experimentan la divina providencia en sus vidas? ¿Estaba borracho el doctor? ¿Cuántos Vicodins se habría tomado ese día?

Cuando un personaje ficticio niega la existencia de un ser imaginario...qué es más absurdo, ¿creer en la palabra del primero o rechazarla confiando en la existencia del segundo?

Es un poco extraño que un ser irreal rechace la existencia de un ser imaginario, y peor aún, que tenga razón.

miércoles, 16 de enero de 2013

EL POSMODERNISMO DE LIPOVETSKY (PARTE 1)

Quién no


Existen dos cualidades irrefutables en el pensamiento de Lipovetsky: un carácter visionario bastante certero  y, a la vez, profundamente pesimista, para desgracia de los que vivimos en estos tiempos posmodernos.

En 1983 el galo sugería que “la última moda es la diferencia, la fantasía, el relajamiento; lo estándar, la rigidez, ya no tienen buena prensa”. Pero, ¿por qué le da un matiz de novedad a la diferencia? ¿Acaso antes todos deseaban pensar, comportarse, vestirse, alimentarse y divertirse igual? ¿Será que nuestros antepasados –cercanos o muy remotos- tenían los mismos ideales? ¿Jalaban todos en una misma dirección? Me pregunto, ¿quién no desea ser diferente? ¿Quién no desea destacar del resto? A quién no le agrada la idea de sentirse único, especial, auténtico, legítimo. 


¿Quién no desea ser original? ¿Quién no desearía tener el privilegio de inventar algo útil y valioso para la humanidad? ¿Quién desdeñaría el privilegio de engendrar grandes ideas, crear proyectos impactantes o empresas exitosas a partir de lo inédito? ¿Cuántos anhelan copiar con exactitud suiza las destrezas de la persona que más admiran en el mundo? ¿Quién quiere ser común? ¿A cuántos les fascina ser catalogados como parte del mismo rebaño? ¿Quién no se incomoda ante la acusación de ser una gota de agua arrastrada y diluida dentro del mainstream? ¿A quién le gusta ser definido en función de los demás? Ir donde todos van, comer lo que todos comen, oír lo que todos oyen, hablar de lo que todos hablan, comprar lo que todos compran, hacer lo que todos hacen o hacer lo que todos te pidan, como un ser programado, como un autómata! ¡Quién vive feliz siendo una copia de otro! ¡Cuántos experimentan plenitud siguiendo al pie de la letra las tradiciones milenarias o las costumbres familiares! ¡Quién está satisfecho fingiendo ser una marioneta! ¿Qué habría sido de la humanidad si desde tiempos inmemoriales todos hubiesen seguido la misma senda, erosionado el mismo camino de sus padres y abuelos?

 El motor del progreso opera en una mente que ve el mundo de una manera diferente, en quien percibe la realidad como una condición perfectible y se aventura, con o sin la aprobación de los demás, en la osada tarea de mejorarlo. Bien dicen que “si haces siempre lo mismo, no esperes resultados diferentes”. El mundo siempre ha necesitado revolucionarios y librepensadores, cuyo común denominador fue el hacer la diferencia, romper con el orden establecido.

¿La última moda es la fantasía? ¿En serio? ¿Acaso no fantaseaba Da Vinci o los hermanos Wright al fabricar artefactos con los que pudiesen volar como las aves? O incluso, los antiguos griegos, repitiendo una y otra vez el mito de Ícaro y Dédalo. ¿No soñaban los rusos y los estadounidenses con viajar al espacio, como lo sugieren las enormes cantidades de recursos económicos y humanos invertidos en tal empresa? ¿No tuvo la misma ilusión el francés Georges Melie unas cuantas décadas atrás?

¿No es la fantasía algo natural en la mayoría –si no es que en todos- de los seres humanos, independientemente de la generación a la que pertenezcan? ¿No es la fantasía una versión artística de la ciencia ficción? Un invento –sea ya trascendental o efímero- ¿no es en sus inicios una especie de quimera, una locura o quizás una fantasía desquiciada del soñador?
Hoy por hoy ¿podría considerarse al relajamiento como una moda?  Desde luego que sí, y aunque la humanidad a lo largo de la historia siempre ha realizado actividades de esta índole, me atrevería a afirmar que nunca en el pasado se invirtió tanto tiempo en el ocio, como se hace actualmente. No cabe duda de que somos una sociedad relajada que aspira obtener de la manera más fácil y al mínimo esfuerzo el máximo bienestar posible, la mejor relación costo-beneficio. Debido al ambiente favorable de tolerancia que se experimenta, y al estilo de vida individualista que Lipovetsky menciona de manera recurrente, nos comportamos de forma desenfadada, cool, relax y despreocupada. Una sociedad más flexible no solamente es más igualitaria, si no también más permisiva y, por lo tanto, menos punitiva, lo que está bien hasta cierto punto, hasta cierto límite, el cual muchas veces parece una línea abstracta o imaginaria, que se cruza y pierde con facilidad una y otra vez, consciente o inconscientemente. Por otra parte, el crédito bancario combina de manera perfecta con nuestra sociedad despreocupada. No se tiene que ahorrar para satisfacer nuestros caprichos, el crédito nos permite saciar nuestra veleidad aquí y ahora, sin tener que esperar. En realidad no nos gusta esperar, ya no sabemos esperar. El valor del sacrificio ha perdido peso, está devaluado. La sociedad en la que vivo repele el esfuerzo arduo, no le ve sentido, le desprecia y huye, le evita a cualquier costo. Las generaciones recientes detestan los caminos largos y estrechos, no saben que Per aspera ad astra, y en su lugar, adoran los atajos, las soluciones rápidas, las respuestas precipitadas, superficiales y hechas al vapor.

Esta nueva sociedad está ávida de diversión todo el tiempo posible. Parece aspirar a trabajar únicamente los fines de semana y así poder divertirse los demás días! La industria nos ofrece diversión en todos los gadgets. La música, los videos e internet ahora son como las bacterias: cosmopolitas. Nos acompañan a todas partes: en el celular, en el automóvil, en la Tablet, en la computadora…, el gadget es un apéndice artificial adherido al hombre del siglo XXI.



La tecnología no solamente nos ha facilitado la vida, también nos vuelve más perezosos e inactivos. Las máquinas cada vez asumen más tareas que antes hacíamos. Los aparatos y dispositivos ahora cepillan los dientes, secan el cabello, hacen cálculos, abren puertas y ventanas, dan masajes, divierten, proporcionan placer, permiten tener amigos virtuales a los cuales no necesitamos conocer personalmente. La tecnología electrónica nos libera en algunos aspectos pero nos esclaviza en otros. Nos libra de innumerables esfuerzos físicos, nos ahorra mucho tiempo, sin embargo, simultáneamente nos volvemos adictos a su uso, dependientes. 


El celular o el videojuego portátil se vuelven parte de la anatomía humana. La humanidad ha perdido profundidad espiritual y merma en altura moral, en ideales altruistas, mientras muta en un híbrido hombre-máquina. Su comunión con la tecnología difumina la frontera entre los objetos y su dueño. El hombre posmoderno se vuelve loco cuando olvida su celular. Ahora son inseparables. Se siente perdido y solo, incomunicado, como un Robinson moderno extraviado en alguna isla lejana y desconocida. ¿Y en cuanto a la música? Difícilmente toleramos el silencio. Necesitamos estar escuchando música todo el día, pareciera que el aire es a nuestros pulmones lo que el ruido al oído. La tecnología es nuestra proveedora y cómplice perfecta. Desde hace mucho la música dejó de estar anclada al tocadiscos o equipo de sonido del hogar, ahora va con nosotros a todas partes, como una prenda de vestir más. Está  en el reproductor portátil, en la Tablet, en la laptop, en el móvil, en el automóvil, etc. Es la paradoja de lo que proporciona la tecnología y el progreso. ¿Quién se resiste? ¿Quién prefiere quedarse fuera de todo el bienestar disponible? 

¿Quién no se deja seducir por el confort, lo exprés, lo instantáneo, lo divertido y lo personalizado?