jueves, 26 de mayo de 2011

UN PLACER MENOR

El Génesis dice que durante el Diluvio «… quedaron cubiertos todos los montes sobre la faz de la tierra…». Si se toma esto literalmente, resulta que la capa de agua sobre la tierra tendría entre 5.000 ó 6.000 metros de grosor, lo que equivale a más de 2.500 millones de kilómetros cúbicos de agua. Como según el relato bíblico del Diluvio duró 40 días con sus noches, es decir sólo 960 horas, la tasa de caída de la lluvia ha de haber sido por lo menos de cinco metros por hora, suficiente para echar a pique un avión y con mayor motivo un arca cargada con miles de animales a bordo.




Darse cuenta de inconsistencias internas como ésas es uno de los placeres menores de tener cierta cultura numérica. Lo importante, sin embargo, no es que uno esté analizando permanentemente la consistencia y la plausibilidad de los números, sino que, cuando haga falta, pueda recoger información de los puros datos numéricos, y que pueda refutar afirmaciones, basándose sólo en las cifras que las acompañan. Si la gente estuviera más capacitada para hacer estimaciones y cálculos sencillos, se sacarían (o no) muchas conclusiones obvias, y no se tendrían en consideración tantas opiniones ridículas.

Fragmento de "El Hombre Anumérico" de John Allen Paulos, profesor de matemáticas estadounidense.

sábado, 21 de mayo de 2011

LO QUE ME DEJÓ "COMPRAR, TIRAR, COMPRAR"

La mayoría de los adultos que me rodearon durante mi niñez, adolescencia e incluso hasta hoy, han opinado que las "cosas de antes eran de mejor calidad, duraban más, eran para toda la vida". Al principio les creía ciegamente. Posteriormente esas frases me parecieron una extensión de aquel dicho popular de que "todo tiempo pasado fue mejor". Algo no del todo cierto. Para mí la mayoría de las veces eso representa un mito.


Sin embargo, la producción de bienes a gran escala representó una baja en los costos, crucial para que pudiera surgir y desarrollarse la sociedad de consumo que aún hoy galopa a paso trepidante. Los artículos más baratos y destinados al consumo en masa tienen una vida útil relativamente corta, y su repunte en la demanda está a expensas de la moda del momento, cuyas aguas incesantes no dejan de correr y desplazan con suma prontitud lo que hoy representa "lo último en tecnología e innovación". Actualmente muchos artículos de uso diario son prácticamente desechables: desde cubiertos, productos para el aseo personal, envases de bebidas, celulares, etc.


"Un artículo que no se desgasta es una tragedia para los negocios"
publicado por la revista neoyorkina A Journal For Advertisers
el 10 de mayo de 1928.


Quizás los adultos sí tenían razón. Y no hay ignominia alguna en reconocerlo. Al parecer tenía que ver el documental "Comprar, tirar, comprar" para convencerme plenamente. En el mismo se aborda como tema central la obsolescencia programada, es decir, la política deliberada -y deshonesta, agregaría yo- de diseñar y vender bienes con una vida útil muy corta, con la intención primordial de provocar su reemplazo con mayor frecuencia y así vender más y, obviamente, obtener mayores ganancias. La maquinaria del consumismo excesivo está accionada -y muy bien engrasada- por tres instrumentos básicos: la publicidad, la obsolescencia programada y el crédito, según el profesor Serge Latouche, de la Universidad de París. Si bien los vendedores argumentan que ellos no obligan a los consumidores a comprar, las campañas publicitarias son abrumadoras en cuanto a frecuencia y grado de manipulación. Y para muestra un botón: las transmisiones en vivo de eventos deportivos de gran magnitud, dígase la final del Mundial de Fútbol, el Super Tazón o el Clásico de Octubre, donde el "bombardeo" de comerciales es casi insoportable. 

La otra cara del consumismo brutal que vivimos.
"Donación" de los países desarrollados a Ghana.

"Quien crea que un crecimiento ilimitado es compatible con un planeta limitado, o está loco o es economista. El drama es que ahora todos somos economistas", señala categóricamente el profesor Serge. "En la última generación nuestro papel se limita a pedir créditos para comprar cosas que no necesitamos. No tiene sentido", agrega John Thackara, diseñador y filósofo. Aunque es bastante cierto, y puede estar poniendo el dedo en la llaga al plantearlo de esa forma, a la mayoría de las personas parece no importarle mucho, pese al progresivo agotamiento de los recursos naturales, empezando por los más básicos: los alimentos. Según una reconocida revista, si los países del mundo consumieran recursos al mismo ritmo que lo ha estado haciendo Estados Unidos de América desde los años 50, se requeriría el equivalente a cinco planetas Tierra para poder satisfacer ese "hambre voraz".

Da tristeza e indignación cuando el programa televisivo revela que la obsolescencia programada ha sido planeada con el único fin de que los capitalistas se volvieran más ricos. Quién estaría contento si al llevar su automóvil al mecánico, éste lo "reparara" poniéndole alguna refacción de mala calidad con la vil intención de que el cliente regrese a las pocas semanas para que se le "resuelva la falla nuevamente". Nadie, no? Pues he ahí la estrategia de muchas empresas, y en el documental se expone el caso de algunas impresoras diseñadas para que a los 5 años o a cierto número de impresiones, un chip -implantado ex-profeso dentro de la misma- bloquee el funcionamiento del aparato cuando se alcance el límite impuesto por la compañía. Es esto ético? 

Precisamente se le propinó una estocada mortal a la ética profesional de los ingenieros diseñadores  cuando se les pidió, desde los años 40 del siglo pasado, que produjeran artículos más débiles y menos duraderos, incluso cuando ya habían sacado al mercado productos de mejor calidad. Desgraciadamente, frente a la vieja escuela de los ingenieros preocupados por fabricar artefactos para toda la vida, acabó imponiéndose -por la presión de los dueños de las industrias- la filosofía de la nueva escuela: producir en masa artículos con una vida útil muy pobre.

Todavía más intolerable y molesto resulta que los países industrializados envíen en "generosas donaciones" sus aparatos electrónicos obsoletos -o más bien sus residuos- a los países tercermundistas, contaminando sus recursos hídricos, aire y suelos, como el caso de Ghana, país que recibe, literalmente, chatarra de varias empresas trasnacionales que alardean de ser ecologistas y responsables con el medio ambiente. ¡Vaya forma de demostrarlo!

"Si la gente no compra, la economía no va a crecer" Es una frase con la que se defiende un empresario. Parece muy lógico su razonamiento, pero ¿es sostenible para el planeta y sus habitantes la compra desmesurada de cosas?


Pastel de cumpleaños de la Bombilla de Livermore,

en 2001.

Lo más gracioso y a la vez sorprendente del documental: la Bombilla de Livermore, inventada por Adolphe Chaillet para que durara. Y cuando les digo "durara" lo hago literal y tajantemente, porque en 2001 el famoso foco cumplió 100 años funcionando sin interrupción (y aún lo hace, puedes comprobarlo visitando la estación de bomberos de la ciudad de Livermore, en California, E.E.U.U.)

Fragmento del documental.