domingo, 5 de junio de 2011

APOTEOSIS DE LOS NÚMEROS

(PRIMERA PARTE)


Hace muchos años, muchísimos años, cuando el cerebro humano daba sus primeros pasos en el mundo del conocimiento, y el hombre aún no sabía leer ni escribir, mucho menos contar; tuvo lugar un gran banquete al que asistieron unos invitados muy especiales. Mientras los alegres comensales degustaban los manjares más exquisitos, uno de ellos irrumpió la agradable tertulia que se vivía en el salón, y dijo:

-Estimados caballeros, os ruego disculpen el atrevimiento que me concedo al interrumpir sus gratas conversaciones, y les solicito encarecidamente su invaluable atención por unos cuantos minutos. Sé que después de mí, y con toda certeza se los puedo asegurar, otros distinguidos amigos tendrán la oportunidad de expresar su propio punto de vista respecto a lo que a continuación les expondré. A mí me ha correspondido iniciar esta serie de monólogos a los que hemos sido convocados, y no es casualidad que sea yo el primero, más bien ha sido un plan deliberado el que mi persona sea el punto de partida. Y precisamente a esto obedece mi nombre y mi esencia. Soy el primero. Estoy en la cima de todas las listas, sin importar sin son malas o buenas, no conozco del juicio moral de éstas. Soy el origen, el inicio, el principio, el alfa. Soy pionero, inédito, indivisible, puro en mi unidad. Solitario, único, sin igual. Mi carácter primigenio me otorga la cualidad de indispensable. Han de disculparme si a alguno de ustedes les resulta muy altivo lo que les voy a confesar, pero sin mí, ustedes no tendrían lugar, razón de ser, sentido. Ustedes, apreciables colegas, irrefutablemente necesitan de mí. Yo voy a la cabeza, al frente de la batalla, soy la punta de lanza, la proa del barco. Y aunque les parezca presumido mi hablar, os aseguro que seré el más premiado en toda competencia que se realice a lo largo de la historia. Los laureles cubrirán mi cabeza y mío será el podio más alto. He de ser merecedor de los mayores elogios, los más fuertes aplausos, las más emotivas ovaciones. Nadie será motivo de tanta envidia y admiración como yo lo seré, no un día, sino, ¡siempre! Los demás siempre querrán mi lugar, no pocos harán todo por conseguirlo, más allá de todo bien y de todo mal, como dirán los mortales. Por alcanzarme se derramarán incontables gotas de sangre y sudor, se gastarán cientos, miles de horas en entrenamientos y preparación. Todo esfuerzo les parecerá poco con tal de obtenerme. En todas las ramas de las ciencias, las artes, las profesiones, los deportes, el entretenimiento, todos siempre anhelarán mi posición. Seré causa de enemistad, de rencor, de odio y hasta de muerte. Mi luz se verá desde cualquier parte de este planeta; siempre los seduciré y, como si mi voz fuese canto de sirenas, vendrán a buscarme. Antes de mí no hay nada. Y los que están después, querrán el sitio que ocupo, soy lo más deseado, ese punto donde todos quisieran estar y permanecer eternamente. Soy el UNO.

Habiendo acabado su monólogo, o más bien su verborrea dirían algunos oyentes, se sentó en su privilegiado lugar y tomó un abundante trago de vino. El silencio se extendía como un gas letal por toda la habitación. Al parecer los demás invitados habían quedado pávidos y temerosos de decir una sola palabra. ¿Qué podían agregar? ¿Qué podían objetar? Pero en seguida se escuchó una voz fuerte, enérgica, con la sobriedad del mayor orador de todos los tiempos. Estas fueron sus palabras:

-Honorables caballeros, permítanme expresarles mi humilde opinión respecto a los que se nos ha pedido comentar. Esta agradable ocasión no se trata de un debate político o de una contienda electoral, como las que conocerán los hombres en unos cuantos miles de años. Siempre he pensado que la intervención en este tipo de encuentros ha de hacerse con el mayor respeto posible, siendo objetivos en el decir, y cortos pero precisos en cada sentencia. Se trata de presentar los argumentos que nos confieran nuestro propio valor, el inherente a nuestro ser; sin necesidad de recurrir a la denigración del otro, puesto que creo firmemente que la importancia de cada quien no descansa sobre el oprobio al prójimo, algo que se volverá muy común en las sociedades humanas venideras. Es cierto que, evidentemente, no soy el primero en nada. Pese a que, con sarcasmo, dirán que el segundo lugar es el primero de los perdedores, bien puede separarme una nada del primero, del uno, de aquel que me antecedió. O bien, puedo estar muy distante del mismo. Con todo, siempre le seguiré, iré a sus espaldas, como la sombra de un hombre que camina frente al sol. Todo esto es cierto, pero también es real que sin mí, no se podrán contar muchísimas cosas de magna importancia. Dos son los astros que guiarán por innumerables milenios a los hombres: el sol y la luna. De hecho el calendario más “exacto” que utilizará el hombre estará sustentado en los movimientos y ciclos de estos dos cuerpos. Y hablando de cuerpos, he de referirme al humano, esa maravillosa maquinaria orgánica tan frágil y a la vez tan trascendente en la historia de la evolución de las especies, la que será “ensamblada” de una manera casi simétrica, trayendo consigo intrínsecamente el concepto de mi nombre.  Dos serán sus piernas y sus brazos. Sus manos y sus pies. Dos los ojos que le permitirán contemplar la grandeza del universo; dos los oídos que le dejarán escuchar una gran variedad de sonidos, evento clave en el desarrollo de su lenguaje y de su comunicación; dos serán las fosas nasales a través de las cuales aspirará el aire que llenará sus dos pulmones; y por dos tipos de vías viajará ese líquido rojizo vital llamado sangre: por las venas y las arterias. Al interior de su boca, su dentadura se dividirá en dos partes: el maxilar superior y el inferior. Ya en el pecho veréis dos glándulas mamarias, más desarrolladas –y atractivas- en la hembra que en el macho. A lo interior de su abdomen, la simetría continúa: dos pulmones, dos riñones, dos omóplatos, dos clavículas, dos juegos de costillas, dos intestinos (aunque no simétricos), dos testículos en el hombre y dos ovarios en la mujer, cada uno atesorando uno de los secretos más grandes de la historia humana: la concepción de la vida. A nivel biológico, su ciclo de vida tendrá dos fechas límites: una de nacimiento y una de fenecimiento, las cuales serán celebradas o conmemoradas. Elegirá entre dos condiciones sociales: vivir solo o acompañado, ya sea de una mujer e hijos, o de una hermandad, en algún convento o monasterio. Elegirá si se reproduce o no: dejar descendencia o no, cuyas decisiones conllevan dos tipos de responsabilidades diferentes. Sexualmente, sus preferencias más comunes serán dos: ser heterosexual o ser homosexual. Sus hijos tendrán solamente uno de dos sexos posibles: masculino o femenino. Dos son las naturalezas que compartirá: una física y una psíquica (o espiritual). Dos son los “lugares” en los cuales, según algunas religiones, el hombre vivirá eternamente una vez haya sido juzgado: el cielo o el infierno. Uno de dos es el camino que habrá tomado para alcanzar cualquiera de estos dos “lugares”: el del bien o el del mal. En el mundo existirá una dualidad general que implicará que a una tesis se le confronte su antítesis. Habrá dos lados: uno derecho y uno izquierdo. Dos niveles en la verticalidad: arriba y abajo. Las dimensiones no estarán exentas: habrá largo y corto, alto y bajo, grande y pequeño, profundo y superficial, ancho y angosto, etc. Toda esta realidad conlleva el concepto y esencia de mi nombre: DOS. Recuerden que no siempre el primero es el mejor.


Nota: Aquí el link de la SEGUNDA PARTE.

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