viernes, 11 de marzo de 2011

AQUEL LIBRITO VIEJO



Entre esas pequeñas actividades que disfruto a lo grande, pudiendo parecer algo tan simple y poco significativo para muchos, se encuentra el pasearme entre los bazares y ferias de libros usados o nuevos, ya sea de la ciudad en la que vivo o de las vecinas, pues no dudo en viajar algunas decenas de kilómetros para asistir a la de Monterrey.

En cierta ocasión, hubo una venta de libros cerca de casa, a poco más de dos cuadras. Era al aire libre. Los puestos se instalaron en una pequeña plaza llamada Nueva Tlaxcala. Recuerdo que no dudé en ir, sabiendo que disponía con algo de dinero extra, y cuando me di cuenta, ya tenía frente, al lado y detrás, es decir, a todo mi alrededor, muchísimos libros sobre los  más diversos temas. Empecé a “scanear” los títulos y a hojear-u ojear, ambos verbos están bien empleados en este caso-de vez en cuando alguno que me causara más curiosidad. Tomé uno, dos, tres,…y hasta siete libros minúsculos que formaban parte de una enciclopedia incompleta. Y cuando casi estaba por irme, me detuve frente a una caja vieja de cartón en la que se hallaban apilados tres bloques de libros viejos y usados. No sé qué me dio por revisarlos, para ver si encontraba algo interesante, y que no rebasara lo poco que me quedaba disponible de efectivo. Empecé a levantar uno y otro libro, hasta que el título de uno, cual Cupido, me “flechó”, directo al talón de Aquiles de mi insaciable sed de conocimiento, del hambre voraz por conocer más y mejor, cual si fuese mi ansiedad la de un hoyo negro engulle-galaxias. “EL nacionalismo, una religión” era el título de aquel pequeño tesoro de escasos 15 x 20 cms, con 248 páginas, vírgenes aún a mis ojos, y en espera de nuestra “primera noche” juntos. Desde esa tarde, la obra del Dr. Carlton H. Hayes entró al salón privilegiado de mi memoria. Se convirtió en uno de esos escritos que te cambian la vida, la forma de verla, de comprenderla. Fue de esos libros que te “despiertan” del sueño profundo y pesado del hastío superfluo de la cotidianidad, a veces llevada sin sentido, sin chiste. He aquí, algunos de los pasajes que me parecieron más interesantes, entre los innumerables con los que cuenta la obra publicada en 1960:

“Desde que el nacionalismo moderno hizo su aparición en Europa occidental, ha participado de la naturaleza propia de una religión.

El nacionalismo tiene en todas partes un dios, que puede ser el protector del Estado o una personificación de la propia patrie, de la tierra de nuestros mayores o de nuestro Estado nacional. Puede invocarse a esta deidad en forma familiar y hasta jocosa, como el Tío Sam, John Bull, Marianne, Hans o Iván. Sin embargo es el dios de un pueblo escogido, un dios celoso y, principalmente, un dios de la guerra.


Tío Sam


El nacionalismo, como todas las demás religiones, es social, y sus ritos más importantes son los ritos públicos, que se llevan a cabo en nombre de una comunidad y que tienen por fin lograr su salvación.

El nacionalismo moderno nació entre pueblos que habían sido tradicionalmente cristianos, y al convertirse en religión tomó muchas costumbres y modos de ser del cristianismo tradicional y los adaptó a sus necesidades. El Estado nacional se ha atribuido, como la Iglesia universal, una misión de salvación y un ideal de inmortalidad. La nación resguarda a sus miembros de cualquier peligro externo; fomenta las artes y las ciencias en bien de ellos y los nutre y alimenta.
Existen semejanzas sorprendentes entre el nacionalismo contemporáneo y el cristianismo medieval. En nuestros días un individuo nace dentro de un Estado nacional, y el registro civil de nacimiento equivale a un rito nacional de bautismo. De aquí en adelante, el Estado lo seguirá solícito, a lo largo de toda su vida, conservándolo dentro de un catecismo nacional, enseñándole, a través de su propia escuela religiosa y de sus preceptos, las bellezas de la beatitud nacional, haciéndolo apto para una vida de servicio al Estado (que puede ir desde la exaltación hasta el servilismo), conmemorando en registros oficiales (con actas) las principales crisis de su vida; no únicamente su nacimiento, sino también su boda, el nacimiento de sus hijos y su muerte. Si el ciudadano llegó a ser un cruzado del nacionalismo, su tumba irá marcada con las enseñas del servicio prestado.

Es obligatorio pertenecer al Estado nacional. El individuo tiene solamente dos formas para desaparecer del Estado Militante de este mundo: la muerte o la emigración. Esta última desaparición se encuentra, generalmente, restringida, y en ocasiones está prohibida; y aunque el individuo logre emigrar, es prácticamente imposible que pueda encontrar un nuevo asilo donde no esté constituida alguna otra forma de la religión del nacionalismo. Podría cambiar, diríamos, de secta, pero no de religión. Por muy escéptico que el ciudadano pueda mostrarse en la fe del nacionalismo, sabe que tiene que participar obligatoriamente en ella y que en esa participación queda incluido el sostenimiento financiero para su conservación y en sus empresas misionales, ya que el Estado es mucho más insistente y riguroso en el cobro de los impuestos de lo que la Iglesia ha sido nunca en la recolección del diezmo.

El ritual de nacionalismo moderno es más sencillo que el de algunas religiones, pero está bien desarrollado para su corta edad. La bandera nacional es el símbolo principal y objeto central de culto. Es justo puntualizar que en Europa no se conocía objeto tal, antes de la Revolución Francesa del siglo XVIII, y no son mucho más viejas las barras y estrellas de Estados Unidos. En nuestros días no existe país que no tenga su bandera…

Existen formas litúrgicas universales para “saludar a” la bandera, “saludar con” la bandera, “arriar” la bandera e “izar” la bandera. Los hombres se descubren a su paso; los poetas dedican odas en su honor; los niños le cantan himnos y le juran lealtad. En todas las fiestas y aniversarios del nacionalismo, la bandera ocupa un lugar de honor, junto con el himno nacional, el otro objeto sagrado de la patria.

El nacionalismo tiene sus procesiones y peregrinaciones. Tiene también sus días santos y, a imitación de la Iglesia cristiana, que adoptó en culto algunas fiestas del paganismo, el Estado ha tomado algunas fiestas del cristianismo. Estados Unidos, por ejemplo, celebra el 4 de julio la fiesta de la Natividad nacional; el Día de la Bandera podría compararse con el Corpus Christi, y el 30 de mayo, Día de los Veteranos de guerra, es una versión patriótica del Día de los Difuntos. Además, así como el calendario católico venera a sus santos en una cierta fecha, el calendario nacional observa las festividades del nacimiento de sus santos y héroes nacionales, como en los casos de Washington y Lincoln, por ejemplo.

El nacionalismo tiene también sus templos. Si alguien desea encontrar los edificios y lugares que son más venerados por la comunidad de los norteamericanos, no debe dirigirse a las catedrales católicas, sino al Independence Hall, en Filadelfia; al Faneuil Hall, en Boston; a la tumba del general Lee, en Lexington, y a la del general Grant, en Nueva York.

Entre los lugares santos del nacionalismo en Europa, cabe mencionar la abadía de Westminster en Londres, el Arco de Triunfo en París, el monumento a Víctor Manuel en Roma y el Kremlin en Moscú.


Arco del Triunfo, en París.

El sistema escolar en el Estado nacional se realiza en forma tal, que no cometa error alguno en la teología oficial ni menosprecie la mitología popular. Si un maestro torpe o un libro de texto poco escrupuloso, dan a algún episodio de la historia nacional una explicación que no esté en armonía con la fe nacionalista, corren el riesgo de ser denunciados por alguna sociedad ultrapatriótica o por algún particular y pueden verse sujetos: el maestro, a la destitución, y el texto ofensivo, a la proscripción y aún a la quema.

La religión del nacionalismo se muestra intolerante con todos aquellos que disienten de ella.

No es común que los seres humanos ofrenden su vida voluntariamente por alguna ganancia económica. El sacrificio supremo es inspirado por un ideal y responde a un sentido religioso; y así, la prueba final y contundente de que el nacionalismo moderno tiene carácter religioso, es la indiscutible disposición con la que sus devotos de todas clases han dejado sus vidas en los campos de batalla durante los últimos ciento setenta y cinco años. Todo el norte de Francia, por ejemplo, está sembrado de pequeñas cruces blancas que llevan la misma sencilla inscripción: “Mort pour la Patrie”.

Puede decirse ciertamente que el nacionalismo moderno ha sido una religión particularmente sangrienta. En la primera mitad de este siglo han muerto más personas en las guerras nacionalistas que en cuatro siglos de cruzadas medievales.”




En lo personal, no me parece que el guardar cierto aprecio, de manera racional, a la patria sea algo que nos perjudique a nosotros mismos o a los demás, sin embargo condeno totalmente ese nacionalismo exacerbado y soberbio en el que los ciudadanos de un país -o incluso a nivel de ciudades y estados- se crean superiores o mejores a los de otra nación. El ser diferente no debe ser motivo de desprecio, discriminación o xenofobia. Honestamente aborrezco el chovinismo en toda la expresión de la palabra.


Soy fiel partidario de que la diversidad, al igual que en el plano de la naturaleza, en lugar de separarnos, nos debería enriquecer como conjunto, reflejado en el acto humilde de aceptarse parte de la misma especie humana, pese a las diferencias étnicas, lingüísticas, culturales, religiosas y sociales que existen entre los pueblos. Comparto, por tanto, la expresión plasmada por el Dr. Hayes en aquel librito viejo, de que “el nacionalismo debe templarse en el internacionalismo”.

La tolerancia entre individuos es, a mi humilde parecer, la muestra por excelencia del respeto mutuo que nos debemos como, primero que todo, miembros de una misma familia, y después de una misma comunidad (barrio o colonia), de una misma ciudad, estado e incluso país. Cuando la persona ha aprendido a respetar a los suyos, dentro del mismo hogar y bajo el mismo techo, y luego ha extendido esa forma gallarda de comportamiento con los más próximos –parientes, vecinos, compañeros de clase, de trabajo, de club, de gimnasio, etc.- y progresa a su vez con los más alejados –personas desconocidas dentro de la misma ciudad o fuera de ella- habrá alcanzado el clímax de su carácter tolerante, evidencia infalible de su madurez humana demostrada en la fina expresión de su buena educación y calidez con gente que nunca ha visto, totales extraños, que siquiera nacieron bajo la misma bandera, el mismo credo religioso o el mismo nivel de riqueza.

El intercambio cultural no obedece necesariamente a un mecanismo de ósmosis en el que siempre tenga que fluir más y mejor información desde la parte “más culta”, más rica (económicamente) o más desarrollada, hacia la más inculta, pobre o subdesarrollada. Para mí, la convergencia de dos “mundos” o sociedades diferentes puede orientarse, desde luego en común disposición, hacia un estado fraterno de simbiosis, que favorezca a ambas partes, y donde no exista la necesidad de anular o aplastar a la más débil.

Tengo fe en que el nivel de globalización alcanzado, la acción de organismos no gubernamentales, la creciente preocupación por el medio ambiente, por la sobrepoblación del hombre, el aparente agotamiento de los recursos alimenticios y de combustibles fósiles, la búsqueda de nuevas formas de producción de energía, los avances médicos y la fluidez de gran cantidad de información con la que disponemos actualmente a través de los medios de comunicación, principalmente electrónicos, constituirán el mortero que amalgame los esfuerzos para enfrentar de manera más eficaz y oportuna los problemas prioritarios del mundo –alimentación, educación, salud, y trabajo- y de manera paralela disipen gradualmente el nacionalismo extremo que obedece, más que a intereses altruistas y humanitarios, a ideologías racistas, excluyentes, bélicas y egoístas.


2 comentarios:

Win dijo...

Fíjate que el tema del Nacionalismo está muy bien abordado por el historiador, y el análisis de su similitud con la religión para mí fue algo inédito. Hasta entonces no había percibido el paralelismo existente entre Nacionalismo y religión. Aunque de hecho nunca he sido muy nacionalista. En ese sentido soy un tanto indiferente.

Por otra parte, qué tal se te hizo el contraste del color de letra?

Iván López, alías Pepe Grillo dijo...

Buen articulo.