miércoles, 16 de enero de 2013

EL POSMODERNISMO DE LIPOVETSKY (PARTE 1)

Quién no


Existen dos cualidades irrefutables en el pensamiento de Lipovetsky: un carácter visionario bastante certero  y, a la vez, profundamente pesimista, para desgracia de los que vivimos en estos tiempos posmodernos.

En 1983 el galo sugería que “la última moda es la diferencia, la fantasía, el relajamiento; lo estándar, la rigidez, ya no tienen buena prensa”. Pero, ¿por qué le da un matiz de novedad a la diferencia? ¿Acaso antes todos deseaban pensar, comportarse, vestirse, alimentarse y divertirse igual? ¿Será que nuestros antepasados –cercanos o muy remotos- tenían los mismos ideales? ¿Jalaban todos en una misma dirección? Me pregunto, ¿quién no desea ser diferente? ¿Quién no desea destacar del resto? A quién no le agrada la idea de sentirse único, especial, auténtico, legítimo. 


¿Quién no desea ser original? ¿Quién no desearía tener el privilegio de inventar algo útil y valioso para la humanidad? ¿Quién desdeñaría el privilegio de engendrar grandes ideas, crear proyectos impactantes o empresas exitosas a partir de lo inédito? ¿Cuántos anhelan copiar con exactitud suiza las destrezas de la persona que más admiran en el mundo? ¿Quién quiere ser común? ¿A cuántos les fascina ser catalogados como parte del mismo rebaño? ¿Quién no se incomoda ante la acusación de ser una gota de agua arrastrada y diluida dentro del mainstream? ¿A quién le gusta ser definido en función de los demás? Ir donde todos van, comer lo que todos comen, oír lo que todos oyen, hablar de lo que todos hablan, comprar lo que todos compran, hacer lo que todos hacen o hacer lo que todos te pidan, como un ser programado, como un autómata! ¡Quién vive feliz siendo una copia de otro! ¡Cuántos experimentan plenitud siguiendo al pie de la letra las tradiciones milenarias o las costumbres familiares! ¡Quién está satisfecho fingiendo ser una marioneta! ¿Qué habría sido de la humanidad si desde tiempos inmemoriales todos hubiesen seguido la misma senda, erosionado el mismo camino de sus padres y abuelos?

 El motor del progreso opera en una mente que ve el mundo de una manera diferente, en quien percibe la realidad como una condición perfectible y se aventura, con o sin la aprobación de los demás, en la osada tarea de mejorarlo. Bien dicen que “si haces siempre lo mismo, no esperes resultados diferentes”. El mundo siempre ha necesitado revolucionarios y librepensadores, cuyo común denominador fue el hacer la diferencia, romper con el orden establecido.

¿La última moda es la fantasía? ¿En serio? ¿Acaso no fantaseaba Da Vinci o los hermanos Wright al fabricar artefactos con los que pudiesen volar como las aves? O incluso, los antiguos griegos, repitiendo una y otra vez el mito de Ícaro y Dédalo. ¿No soñaban los rusos y los estadounidenses con viajar al espacio, como lo sugieren las enormes cantidades de recursos económicos y humanos invertidos en tal empresa? ¿No tuvo la misma ilusión el francés Georges Melie unas cuantas décadas atrás?

¿No es la fantasía algo natural en la mayoría –si no es que en todos- de los seres humanos, independientemente de la generación a la que pertenezcan? ¿No es la fantasía una versión artística de la ciencia ficción? Un invento –sea ya trascendental o efímero- ¿no es en sus inicios una especie de quimera, una locura o quizás una fantasía desquiciada del soñador?
Hoy por hoy ¿podría considerarse al relajamiento como una moda?  Desde luego que sí, y aunque la humanidad a lo largo de la historia siempre ha realizado actividades de esta índole, me atrevería a afirmar que nunca en el pasado se invirtió tanto tiempo en el ocio, como se hace actualmente. No cabe duda de que somos una sociedad relajada que aspira obtener de la manera más fácil y al mínimo esfuerzo el máximo bienestar posible, la mejor relación costo-beneficio. Debido al ambiente favorable de tolerancia que se experimenta, y al estilo de vida individualista que Lipovetsky menciona de manera recurrente, nos comportamos de forma desenfadada, cool, relax y despreocupada. Una sociedad más flexible no solamente es más igualitaria, si no también más permisiva y, por lo tanto, menos punitiva, lo que está bien hasta cierto punto, hasta cierto límite, el cual muchas veces parece una línea abstracta o imaginaria, que se cruza y pierde con facilidad una y otra vez, consciente o inconscientemente. Por otra parte, el crédito bancario combina de manera perfecta con nuestra sociedad despreocupada. No se tiene que ahorrar para satisfacer nuestros caprichos, el crédito nos permite saciar nuestra veleidad aquí y ahora, sin tener que esperar. En realidad no nos gusta esperar, ya no sabemos esperar. El valor del sacrificio ha perdido peso, está devaluado. La sociedad en la que vivo repele el esfuerzo arduo, no le ve sentido, le desprecia y huye, le evita a cualquier costo. Las generaciones recientes detestan los caminos largos y estrechos, no saben que Per aspera ad astra, y en su lugar, adoran los atajos, las soluciones rápidas, las respuestas precipitadas, superficiales y hechas al vapor.

Esta nueva sociedad está ávida de diversión todo el tiempo posible. Parece aspirar a trabajar únicamente los fines de semana y así poder divertirse los demás días! La industria nos ofrece diversión en todos los gadgets. La música, los videos e internet ahora son como las bacterias: cosmopolitas. Nos acompañan a todas partes: en el celular, en el automóvil, en la Tablet, en la computadora…, el gadget es un apéndice artificial adherido al hombre del siglo XXI.



La tecnología no solamente nos ha facilitado la vida, también nos vuelve más perezosos e inactivos. Las máquinas cada vez asumen más tareas que antes hacíamos. Los aparatos y dispositivos ahora cepillan los dientes, secan el cabello, hacen cálculos, abren puertas y ventanas, dan masajes, divierten, proporcionan placer, permiten tener amigos virtuales a los cuales no necesitamos conocer personalmente. La tecnología electrónica nos libera en algunos aspectos pero nos esclaviza en otros. Nos libra de innumerables esfuerzos físicos, nos ahorra mucho tiempo, sin embargo, simultáneamente nos volvemos adictos a su uso, dependientes. 


El celular o el videojuego portátil se vuelven parte de la anatomía humana. La humanidad ha perdido profundidad espiritual y merma en altura moral, en ideales altruistas, mientras muta en un híbrido hombre-máquina. Su comunión con la tecnología difumina la frontera entre los objetos y su dueño. El hombre posmoderno se vuelve loco cuando olvida su celular. Ahora son inseparables. Se siente perdido y solo, incomunicado, como un Robinson moderno extraviado en alguna isla lejana y desconocida. ¿Y en cuanto a la música? Difícilmente toleramos el silencio. Necesitamos estar escuchando música todo el día, pareciera que el aire es a nuestros pulmones lo que el ruido al oído. La tecnología es nuestra proveedora y cómplice perfecta. Desde hace mucho la música dejó de estar anclada al tocadiscos o equipo de sonido del hogar, ahora va con nosotros a todas partes, como una prenda de vestir más. Está  en el reproductor portátil, en la Tablet, en la laptop, en el móvil, en el automóvil, etc. Es la paradoja de lo que proporciona la tecnología y el progreso. ¿Quién se resiste? ¿Quién prefiere quedarse fuera de todo el bienestar disponible? 

¿Quién no se deja seducir por el confort, lo exprés, lo instantáneo, lo divertido y lo personalizado?


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