Quién no
Existen dos cualidades irrefutables
en el pensamiento de Lipovetsky: un carácter visionario bastante certero y, a la vez, profundamente pesimista, para
desgracia de los que vivimos en estos tiempos posmodernos.
En 1983 el galo sugería que “la última moda es la diferencia, la
fantasía, el relajamiento; lo estándar, la rigidez, ya no tienen buena prensa”.
Pero, ¿por qué le da un matiz de novedad a la diferencia? ¿Acaso antes todos
deseaban pensar, comportarse, vestirse, alimentarse y divertirse igual? ¿Será
que nuestros antepasados –cercanos o muy remotos- tenían los mismos ideales? ¿Jalaban
todos en una misma dirección? Me pregunto, ¿quién no desea ser diferente? ¿Quién
no desea destacar del resto? A quién no le agrada la idea de sentirse único,
especial, auténtico, legítimo.
¿Quién no desea ser original? ¿Quién no desearía
tener el privilegio de inventar algo útil y valioso para la humanidad? ¿Quién
desdeñaría el privilegio de engendrar grandes ideas, crear proyectos
impactantes o empresas exitosas a partir de lo inédito? ¿Cuántos anhelan copiar
con exactitud suiza las destrezas de la persona que más admiran en el mundo? ¿Quién
quiere ser común? ¿A cuántos les fascina ser catalogados como parte del mismo
rebaño? ¿Quién no se incomoda ante la acusación de ser una gota de agua
arrastrada y diluida dentro del mainstream?
¿A quién le gusta ser definido en función de los demás? Ir donde todos van,
comer lo que todos comen, oír lo que todos oyen, hablar de lo que todos hablan,
comprar lo que todos compran, hacer lo que todos hacen o hacer lo que todos te
pidan, como un ser programado, como un autómata! ¡Quién vive feliz siendo una
copia de otro! ¡Cuántos experimentan plenitud siguiendo al pie de la letra las
tradiciones milenarias o las costumbres familiares! ¡Quién está satisfecho
fingiendo ser una marioneta! ¿Qué habría sido de la humanidad si desde tiempos
inmemoriales todos hubiesen seguido la misma senda, erosionado el mismo camino
de sus padres y abuelos?
El motor del progreso opera en una mente que
ve el mundo de una manera diferente, en quien percibe la realidad como una
condición perfectible y se aventura, con o sin la aprobación de los demás, en
la osada tarea de mejorarlo. Bien dicen que “si haces siempre lo mismo, no
esperes resultados diferentes”. El mundo siempre ha necesitado revolucionarios
y librepensadores, cuyo común denominador fue el hacer la diferencia, romper
con el orden establecido.
¿La última moda es la fantasía? ¿En
serio? ¿Acaso no fantaseaba Da Vinci o los hermanos Wright al fabricar
artefactos con los que pudiesen volar como las aves? O incluso, los antiguos
griegos, repitiendo una y otra vez el mito de Ícaro y Dédalo. ¿No soñaban los
rusos y los estadounidenses con viajar al espacio, como lo sugieren las enormes
cantidades de recursos económicos y humanos invertidos en tal empresa? ¿No tuvo
la misma ilusión el francés Georges Melie unas cuantas décadas atrás?
¿No es la fantasía algo natural
en la mayoría –si no es que en todos- de los seres humanos, independientemente
de la generación a la que pertenezcan? ¿No es la fantasía una versión artística
de la ciencia ficción? Un invento –sea ya trascendental o efímero- ¿no es en
sus inicios una especie de quimera, una locura o quizás una fantasía
desquiciada del soñador?
Hoy por hoy ¿podría considerarse
al relajamiento como una moda? Desde
luego que sí, y aunque la humanidad a lo largo de la historia siempre ha realizado
actividades de esta índole, me atrevería a afirmar que nunca en el pasado se invirtió
tanto tiempo en el ocio, como se hace actualmente. No cabe duda de que somos
una sociedad relajada que aspira obtener de la manera más fácil y al mínimo
esfuerzo el máximo bienestar posible, la mejor relación costo-beneficio. Debido
al ambiente favorable de tolerancia que se experimenta, y al estilo de vida
individualista que Lipovetsky menciona de manera recurrente, nos comportamos de
forma desenfadada, cool, relax y despreocupada. Una sociedad más flexible no
solamente es más igualitaria, si no también más permisiva y, por lo tanto, menos
punitiva, lo que está bien hasta cierto punto, hasta cierto límite, el cual
muchas veces parece una línea abstracta o imaginaria, que se cruza y pierde con
facilidad una y otra vez, consciente o inconscientemente. Por otra parte, el
crédito bancario combina de manera perfecta con nuestra sociedad despreocupada.
No se tiene que ahorrar para satisfacer nuestros caprichos, el crédito nos
permite saciar nuestra veleidad aquí y ahora, sin tener que esperar. En
realidad no nos gusta esperar, ya no sabemos esperar. El valor del sacrificio
ha perdido peso, está devaluado. La sociedad en la que vivo repele el esfuerzo
arduo, no le ve sentido, le desprecia y huye, le evita a cualquier costo. Las
generaciones recientes detestan los caminos largos y estrechos, no saben que Per aspera ad astra, y en su lugar,
adoran los atajos, las soluciones rápidas, las respuestas precipitadas, superficiales
y hechas al vapor.
Esta nueva sociedad está ávida de
diversión todo el tiempo posible. Parece aspirar a trabajar únicamente los
fines de semana y así poder divertirse los demás días! La industria nos ofrece
diversión en todos los gadgets. La música, los videos e internet ahora son como
las bacterias: cosmopolitas. Nos acompañan a todas partes: en el celular, en el
automóvil, en la Tablet, en la computadora…, el gadget es un apéndice
artificial adherido al hombre del siglo XXI.
La tecnología no solamente nos ha
facilitado la vida, también nos vuelve más perezosos e inactivos. Las máquinas
cada vez asumen más tareas que antes hacíamos. Los aparatos y dispositivos
ahora cepillan los dientes, secan el cabello, hacen cálculos, abren puertas y
ventanas, dan masajes, divierten, proporcionan placer, permiten tener amigos
virtuales a los cuales no necesitamos conocer personalmente. La tecnología
electrónica nos libera en algunos aspectos pero nos esclaviza en otros. Nos
libra de innumerables esfuerzos físicos, nos ahorra mucho tiempo, sin embargo, simultáneamente
nos volvemos adictos a su uso, dependientes.
El celular o el videojuego
portátil se vuelven parte de la anatomía humana. La humanidad ha perdido
profundidad espiritual y merma en altura moral, en ideales altruistas, mientras
muta en un híbrido hombre-máquina. Su comunión con la tecnología difumina la
frontera entre los objetos y su dueño. El hombre posmoderno se vuelve loco cuando
olvida su celular. Ahora son inseparables. Se siente perdido y solo,
incomunicado, como un Robinson moderno extraviado en alguna isla lejana y
desconocida. ¿Y en cuanto a la música? Difícilmente toleramos el silencio.
Necesitamos estar escuchando música todo el día, pareciera que el aire es a
nuestros pulmones lo que el ruido al oído. La tecnología es nuestra proveedora y
cómplice perfecta. Desde hace mucho la música dejó de estar anclada al
tocadiscos o equipo de sonido del hogar, ahora va con nosotros a todas partes,
como una prenda de vestir más. Está en el
reproductor portátil, en la Tablet, en la laptop, en el móvil, en el automóvil,
etc. Es la paradoja de lo que proporciona la tecnología y el progreso. ¿Quién
se resiste? ¿Quién prefiere quedarse fuera de todo el bienestar disponible?
¿Quién
no se deja seducir por el confort, lo exprés, lo instantáneo, lo divertido y lo
personalizado?