miércoles, 1 de junio de 2011

PASAJES MORTALES

El tema de la muerte siempre ha interesado al hombre. De carácter inevitable y misterioso, el ser humano sigue preguntándose después de muchos siglos, si existe un "más allá" de la muerte, y sobre todo, cómo sería. A mí, por otra parte, me inquietan algunas muertes que considero estúpidas, y ninguna más absurda -si es que así sucedió- que la del matemático y astrólogo italiano, Girolamo Cardano (1,501 - 1,576), quien pese a haber obtenido la fama por sus estudios en Álgebra y por haber sido el primer científico en describir la fiebre tifoidea, tenía no pocos defectos -al igual que todos- y uno en particular: era amante de los horóscopos, y como tal invertía mucho tiempo en hacer sus "predicciones". Tan bueno se creía el señor que no dudó en predecir la hora exacta de su propia muerte. En fin, llegado el día fatídico, el 21 de septiembre de 1,576, como se veía aún muy sano, cuentan que para no enfrentarse al fracaso de su pronóstico, decidió suicidarse.



Menos inverosímil que la historia anterior es el caso del anatomista y científico alemán Theodor von Bischoff (1,807 – 1,882), médico de gran prestigio de la segunda mitad del siglo XIX. Como anatomista se destacó mucho, y una de las actividades a la que más tiempo y esfuerzo le dedicó fue a pesar cerebros humanos. Con el tiempo llegó a concluir, a través de sus estadísticas, que el órgano mencionado pesaba en promedio 1,350 gramos en los hombres. En cambio, en las mujeres, el peso promedio del cerebro era de 1,250 gramos. Hasta aquí todo bien…el tropiezo vino cuando concluyó que esta diferencia de pesos era evidencia de la superioridad mental del hombre sobre la mujer. No me es difícil imaginar cómo reaccionarían las mujeres de hoy al escuchar tal razonamiento. Pero lo irónico de la historia empezó cuando acabó la vida del galeno. Él había manifestado que cuando muriera también pesaran su cerebro. ¿Y cuál fue la sorpresa? Su cerebro pesó 1,245 gramos. ¡Menos que el  promedio del cerebro femenino!





Siguiendo con el tema de la muerte, una de las anécdotas qué más gracia me causa –a pesar de que no tengo certeza de su veracidad- es sobre aquella relativa a los últimos instantes del Gral. Francisco Villa (1,877 – 1,923), conocido popularmente como “Pancho Villa”. Cuentan que ya en el lecho de muerte –herido de gravedad en una emboscada cuando ya estaba retirado de la lucha- Villa agonizaba rodeado de amigos, que lo animaban a que dijera algo. Entonces Villa entreabrió los ojos y dijo: “No se me ocurre nada. Pero díganles que dije algo, lo que sea”.


 Ya para finalizar, no quisiera hacerlo abordando el tema de la muerte, si no su contrario. Los matemáticos, por muy excéntricos o retraídos que sean, siempre me llaman la atención, generalmente despiertan mi admiración y respeto. Pero uno de ellos en particular, no me conmovió de esta manera. Se trata del teutón, Peter Gustav Lejeune Dirichlet (1,805 – 1,859), quien no era muy amigo de la correspondencia. Una de las pocas ocasiones en las que escribió a lo largo de su vida fue cuando envió un sucinto telegrama a su suegro con motivo del nacimiento de su primer hijo. En su misiva simplemente se leía:

" 2 + 1 = 3 "



Bibliografía: Las mejores anécdotas humorísticas, de Samuel Red.


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